Opinion: Para que Costa Rica siga siendo Esencial
Artículo publicado originalmente en el medio digital Delfino.cr
Miro el variado menú de candidatos a la Presidencia y a fe mía que no hay uno solo con una visión-país. En serio, amable lector, usted no me dejará mentir: no hay un solo partido político ni un solo personaje con una propuesta seria, con una idea o norte estratégico que nos oriente hacia el futuro. Como canta Sabina, pareciera que el destino nos quisiera jugar una broma macabra. Es una ironía que celebremos este año 200 años de Independencia y a juzgar por la oferta electoral, no tenemos la menor idea de qué hacer con ese legado ni mucho menos como plantearnos las décadas que vendrán. En vista de lo anterior, quien les suscribe se ha puesto a cavilar un poco. Tras unos días, he llegado a un par de conclusiones, las cuales comparto a continuación, como un muy modesto aporte para la patria en este su cumpleaños.
En el mundo de hoy, desconectarse no es una opción. Consideremos el apagón de Texas durante febrero 2021, el cual duró más de dos semanas, causado por una combinación de mal tiempo y una red eléctrica deficiente y envejecida. Consideremos también los embates del huracán Ida en Nueva Orleans y Nueva York, los incendios en California y las inundaciones en Alemania. Consideremos también la disrupción causada por la pandemia, en donde los centros de servicio en países como India fueron severamente afectados. Las pérdidas son exorbitantes. El cambio climático, la incertidumbre, la volatilidad, la ambigüedad y la complejidad (“VUCA”) están mutilando industrias, sociedades y naciones. Con este contexto en mente – Costa Rica es demasiado pequeña para darse el lujo de un análisis en el vacío – quiero sugerirle a esa catizumba de candidatos presidenciales un principio orientador que reacomode el sancocho de ocurrencias y promesas vacías que actualmente postulan cual planes para gobernar. Para explicarme, permítaseme recurrir a una aclaradora analogía. En el mundo de las Tecnologías de la Información, cada segundo de conectividad cuenta. No solo eso, en caso de que haya una desconexión, deben de existir maneras de reconectarse rápidamente y de evitar la pérdida de datos. Un par de ejemplos pueden servir para aclarar esos postulados: recordemos aquella noticia donde nos informaban de las filas que colapsaron el aeropuerto cuando el sistema de Migración dejó de funcionar por unas horas, o peor aún, el daño sufrido por cientos sino miles de niños y sus familias cuando se perdieron los datos de imágenes médicas en cierto hospital nacional. Es por eso que los Centros de Datos (“Datacenter”) se diseñan con “redundancia”: conexiones y componentes por duplicado, triplicado o cuadruplicado para asegurar un funcionamiento del sistema básicamente “siempre”, sin fallos o “caídas”.
Entonces, mi sugerencia es que Costa Rica sea Esencial no solo por su aporte ecológico, sino por convertirnos en el país sin tiempo fuera de servicio (“the no-downtime country”): el país al que no se le caen los sistemas, el país que siempre “está ahí” (“ever-green, ever-there”). Esto por supuesto implica una serie de retos descomunales. Para empezar, el ICE debe dejar de defender feudos y enfoques anacrónicos y refuerce la estabilidad de la red eléctrica, apoye un enfoque distribuido de la misma; amén de que entregue las frecuencias 5G pero “para ayer”. Se debe además de seguir mejorando la red vial y la infraestructura en general con diseños que consideren el desorbitante aumento de las lluvias. Ríos y costas deberían ser reforzados con diques y rompeolas. Los márgenes deberían de reforestarse aceleradamente y deben priorizarse los proyectos de riego y reutilización del agua. Es también necesaria una re-ingeniería completa del sistema educativo y debe implementarse un plan para salvar a la presente generación de los años de aprendizaje perdidos entre huelgas, pandemia y otras tragedias. Y algo hay que hacer para permitir un flujo seguro de migrantes, entre muchas otras cosas. Esto por supuesto demandará tiempo, dinero y esfuerzo, más la resiliencia-país si funciona como idea rectora que a largo plazo nos llevará a un futuro mejor, como en su momento lo hicieron la Abolición del Ejército y las Garantías Sociales.
Para ir cerrando, entendámoslo. Todos lo hemos sufrido en carne propia: ese zarpazo a la paz interna cuando después de una hora de hacer fila, llegamos a la ventanilla y con cara de “yo no fui” nos dicen “se cayó el sistema”; por no hablar de la locura desatada cuando se cae internet en nuestros hogares y empresas. Dan ganas de salir corriendo. Las empresas, las transnacionales, los capitales y el turismo sienten precisamente esa misma aversión a la incertidumbre y a los fallos del sistema. Muchos billonarios del mundo han puesto los ojos en Nueva Zelanda: la consideran “el futuro” precisamente por su aislamiento y resiliencia. Convirtámonos entonces ya no en la Suiza centroamericana, sino en la Nueva Zelanda del hemisferio occidental: un santuario, un refugio, una “isla” de confianza y resistencia en medio de un mundo cada vez más convulso, volátil y ambiguo.
Foto: Perderse en el instante / Photo: Lost in the moment
ESPAÑOL (English version below): en eñ arte de la fotografía, a veces no hace falta proactivamente el “conceder importancia”. En ocasiones, es el instante el que se te abalanza, como esta flor con la que por poco me doy un tope cuando iba corriendo. Es la vida misma saludando, diciendo “presente”. Abajo una versión con filtro digital.
Fernando
ENGLISH (Versión en español más arriba): sometimes, there´s no need to enforce the “give importance” photographic mantra. Sometimes the moment just seizes you, like this flower which I almost hit during a run. I say its life itself stepping-up, rising, saying “hi”. Original photo top of page, digitally enhanced version (digital version) immediately above.
Fernando
Movie: Don´t look up! / Película: ¡No mires arriba! (ni abajo, ni a los costados… mejor no mires del todo)
Ví hace poco la película “¡No mires arriba!” (“Don´t look up!” 2021, Director: Adam McKay). No pretendo ser crítico de cine y dejaré las formalidades a los que a eso se dedican. Como espectador, la recomiendo a cabalidad: es “trágicamente divertida” (o divertidamente trágica según juzgue el lector) y lo mantiene a uno inmerso en la historia, casi al filo del asiento de principio a fin. Esto es algo muy difícil de lograr con el tema de fondo de la cinta. Y es que ese tema de fondo – el “leitmotiv” si lo tienen a bien – no es difícil de digerir ni mucho de menos de presentar de una manera amigable al gran público. Ahí reside entonces el mayor aporte de esta obra.
De lo que estamos hablando es de la brillante manera en que se expone nuestra humana e infinita capacidad de auto-engañarnos, o parafraseando el título, de mirar para otro lado cuando las cosas no son de nuestro agrado. La trama presenta este fenómeno – esta falla fundamental en el razonamiento humano – a través de un chocante ejemplo (pun intended); como lo es el inminente impacto de un cometa que devastará al planeta entero a menos que se haga algo urgentemente. Los científicos y la gente racional se devanan los sesos y el hígado tratando de generar conciencia y acciones concretas para salvar al mundo, solo para ser boicoteados por políticos, fanáticos, empresarios corruptos y la sociedad en general. #dontlookup grita la gente en coro. No queremos ver, no queremos escuchar, no queremos saber. El rebaño de los “no-creyentes” se aglomera en torno a políticos devenidos en apóstoles-bufones, las redes sociales braman y los científicos y expertos son vilipendiados con el fútil ataque ad-hominem: como si tuvieran culpa alguna o algo se ganase con ello. Todo lo contrario: los sabios y los expertos solo están queriendo ayudar pero es más fácil “vender” como enemigo a un fulano que a una compleja calamidad. Gana entonces el “pensamiento mágico” (wishful thinking), el engaño colectivo, la fanaticada, la mentira reforzada de Goebbels hasta derivar en lobotomía social auto-inflingida. La tragicomedia no termina muy bien para nadie, sobra decir.
Si bien actualmente no tenemos (que sepamos) cometas o asteroides en trayectoria de colisión con la Tierra, hay otros eventos que ya nos están impactando o están próximas a hacerlo para los cuales simplemente nos hacernos de la vista gorda. ¿Cuáles? Para empezar, el cambio climático devasta ya al mundo, con incendios masivos en California y Australia, el derretimiento de la tundra en Siberia y de los polos y glaciares, el calentamiento de los océanos y el clima extremo a nivel mundial. Cada año es peor y la respuesta como especie se limita a compromisos “sin dientes” y discursos ridículos. No podemos dejar de mencionar la deforestación masiva, la extinción continua de especies, la alucinante contaminación de los océanos y la atmósfera. Pensemos en el menosprecio a los migrantes y en el sufrimiento de millones de personas y animales, mal alimentados, explotados, olvidados. Para colmo de males, la pandemia ha confirmado con un nuevo y clarísimo ejemplo como la ceguera política y la falta de gobernanza global lleva casi axiomáticamente a la “tragedia de los comunes”: el acaparamiento de las vacunas deriva en enormes desperdicios en los países ricos y en faltantes masivos en los estados pobres, lo que abona aún más el terreno para que surjan variantes del virus que dilatan la emergencia. Mientras tanto, el sistema político “vende humo” y promesas vacías y las grandes corporaciones y capitales se enfocan únicamente en lucrar. Como dice cierta cancioncilla, “nuestra sociedad, es un buen proyecto para el mal”.
Al final, lo trágico de todo esto es que, tarde o temprano, todos estos “cometas” terminarán por estrellarse en nuestras caras. Los hechos son los hechos aunque no nos gusten, aunque un Presidente diga que es “esto es solo una gripe”, aunque nieguen que el cambio climático exista, aunque vendan las redes sociales como algo inocuo que no requiere regulación, aunque nos digan que podemos deforestar impunemente porque “la Creación es nuestra”. De nada vale mirar para otro lado: el puñetazo de la verdad simplemente se estrellará dolorosamente en nuestra mejilla (y en la de nuestros hijos). Hoy, más que nunca, necesitamos coraje. Sí, coraje para alzar la mirada y ver a los problemas a los ojos, para aceptar la verdad aunque no nos guste; para entender que las crisis globales demandan necesariamente soluciones globales, para dejar de pensar en la próxima elección y comenzar a pensar en la próxima generación. Solo así saldremos de este trance… antes que se estrelle el siguiente cometa en nuestro patio trasero.
Un abrazo,
Fernando
Photo by Frank Zinsli on Unsplash
Cuando huir es luchar: CORRER
Se le conoce técnicamente como “respuesta de huida, lucha o parálisis”, o también como “respuesta de estrés agudo” (frase que funcionaría perfectamente como sinónimo de nuestros tiempos). La mayoría de nosotros ha escuchado del tema y ciertamente todos lo hemos experimentado. El concepto es sencillo: en pocas palabras, se refiere al hecho de que ante una amenaza – un peligro para nuestra existencia – nuestro sistema nervioso dispara una alerta y las hormonas inundan nuestro organismo. Sentimos entonces una sensación de vacío, sudoraciones, palidez y otros curiosos síntomas. Y es que nuestro organismo ha entrado en “piloto automático” y nos prepara para lo peor, literalmente, para salvar el pellejo ya sea escapando o peleando. Lo irónico del caso es que en nuestro mundo moderno, esta reacción se justifica muy pocas veces – los tiempos del jaguar o la tribu que nos acecha tras los matorrales han pasado. Sin embargo, la reacción sigue ahí. Y eso es un gran problema.
Digo que es un problema porque el stress recurrente de cada día – los problemas laborales, el ritmo alocado de la vida post-moderna y, como no, el impacto de la pandemia nos sobrecargan hasta “disparar” esta respuesta última de nuestro sistema nervioso y nos ponen precisamente en modalidad “huir o luchar”: supervivencia, todo o nada. Pero… ¿cómo pegarle un puñetazo a un virus? ¿cómo huir de nuestras responsabilidades familiares? ¿cómo escapar de un plazo de entrega o de un problema laboral? Lamentablemente, coincidirán conmigo, esto no es posible, y el auto-engañarse e intentarlo a través de “atajos” – drogas, indolencia, elusión, negligencia – al final solo aumentan el problema.
Desde mi perspectiva personal, la gota (o la ola, para mejor descripción) que derramó el vaso fue la pandemia. Se unió a una de por sí complicada mecánica familiar, un trabajo demandante y otras condiciones personales. Me sentí atrapado. Bloqueado. Aislado. Y, como se indica en el párrafo anterior, sin mayores opciones para “golpear” al atacante. Una encrucijada sin salida, un nudo gordiano imposible de desatar… hasta que apareció la espada que lo cortó. Porque, citando al Emperador-Filósofo Marco Aurelio, “Ex impedimenta via fit”: “el obstáculo es el camino” (para los curiosos, la frase completa y más literal en castellano dice así: “El impedimento a la acción se convierte en la acción. Lo que obstruye la vía se convierte en la vía.”). Descubrí entonces – más bien insconscientemente – que si bien no podía huir de una pandemia y todo el otro aparejo de mi vida, podía engañar a mi organismo para que así lo creyese. Y empecé a correr. Muy mal y muy poco al principio, pero cada vez más y poco a poco mejor. Era como una catársis. Una salida. Una liberación. Además, cuando el alumno está listo, aparece el maestro, y un profesional se apareció de la nada y accedió a explicarme, mejorando la técnica y el entendimiento del atletismo. Para mi sorpresa, resultó que toda mi vida había corrido mal. Con este impulso final, correr se ha convertido ahora en una parte integral de mi vida. Es la descarga de la tensión, el “cable a tierra”, la barrera contra los padecimientos. Una válvula de escape donde se liberan problemas distantes y se pelean batallas imposibles.
Les cuento todo esto ahora porque fue precisamente hace unos días cuando, ya sudoroso y respirando profundamente, inmerso en el dulce dolor de la carrera; se me ocurrió el título de este comentario. Me parece a mí una idea tremendamente ilustrativa. Es de hecho, mi conclusión. Porque es una ironía, una contradicción, un oximoron, pero es verdad. Porque si hablamos de correr, huir es luchar.
Nos vemos en la carretera – sigamos corriendo. Es decir, sigamos luchando. Cada día.
Fernando
WHO is (really) driving this project?
Today I want to share a powerful & simple thought. Or perhaps its more of a warning, or even better, let´s call it a tip. Thus, behold: Dear Project Manager, check out your current endeavor(s) and ask yourself: who is driving this project? No, stop there, I mean the question: Who is actually driving the project? Is it really the PM, as it is supposed to be? Or could it be that in reality another stakeholder has seized control? Those are actually tricky questions, lets talk briefly about them.
For starters, the default answer to the question is “I, the PM”. Default because that is what the PM was appointed for in the first place. I mean, “Manager” is in the title, isn´t it? But that´s just in theory. That may be the case (and all good thus), but chances are that for a variety of reasons and circumstances that exceed the scope of this short article, a good chunk of the project Control & Authority may have shifted to someone else. It may be the Customer, a Vendor/Supplier, a Governance Body, the Sponsor, a Consultant, a Project Team Member, a Governmental entity, a Legal Partner, a PMO Rep? Someone else? Or even perhaps no-one, and therefore the project is flying in an “auto-pilot”, “at the hands of God” basis? Even a combination of the aforementioned is possible. Regardless, the point is: as a PM, we should continuously inquire ourselves who is the actual “pilot” driving the project, no matter its stage.
The answer may surprise ourselves and not in a happy way. But information is power and self-awareness is vital. Once we understand who is actually behind the wheel, we need to make a series of secondary questions. Example: Is this the right thing at the current time? If not, who should that be – me? For how long has this been going on? Why did it happen in the first place? Has magical-thinking been implied? What about assumptions? Is there some type of bias in my perspective? Are there cultural aspects to consider? How about the overall PMO, Governance, Program, Portfolio perspective? Strategy and stratagems involved? Which is the correct way to seize back the authority, assuming that is the correct thing to do now? How does that authority grasp occur: gradually, immediately? What is the correct control / authority / accountability / decisions split across stakeholders? Should & could this happen again in the future at some stage? Should this be escalated or consulted with someone, eg, the Sponsor? Those are serious queries which demand careful analysis; the outcomes could potentially impact the success of the PM and the project. An actual plan may be required for a correct remediation , including a design and an implementation. Those are strategical, “existential” questions for a PM.
All that said, of course I am not implying that a PMs is supposed to have dictatorship-like power over the project: there are layers and layers of authority, governance, decision and perspective. Still, if the role is held accountable in some degree to the project actual results then a reasonable level of control has to be assigned to it. If that is not the case, then both the organization and the PM are deceiving themselves, and that is a dangerous game that often leads to negative results to both parties… and to the project per-se.
Alas! In conclusion, questions are always our allies. Let me finish by quoting “The Bard of Avon”: “To be or not to be, that is the question”.
Cheers,
Fernando
Photo by Kristopher Allison on Unsplash
OPINION: Viaje a la Idiotez / Idiocy Trek
Abran paso a los idiotas
He llegado a la triste conclusión de que, en promedio y como especie, nos estamos convirtiendo en una raza de idiotas. Idiotas redomados. Y espero que el uso del gerundio en la oración anterior sea aún lo correcto y no sea más apropiado el presente del verbo (entiéndase entonces la lapidaria sentencia de que ya somos una raza de estúpidos). Es mi parecer que este viaje a la idiotez no solo es un hecho sino que la velocidad del tren expreso a “tarado-landia” acelera a ojos vistas. La cantidad de idiotas, de sandeces y el grado de las mismas crecen de manera exponencial, contagiándose a un ritmo que hace palidecer al COVID-19. Esta es la más desoladora pandemia mundial, una con tasas de contagio y de enfermedad grave muy superiores a cualquier contraparte biológica conocida.
Hay muchos síntomas y causales, más postulo que todo este mierdero abreva de una única causa raíz, tan sencilla como retadora para efectos de implementar la tan urgente solución. Me refiero a nuestro insaciable apetito por consumir información (y sí, hay ínfulas de “dataísmo” en este diagnóstico, lo sé), pero a todas luces, lo que nos apetece como sociedad global es el equivalente a la comida chatarra: entre más estúpido y ligero el contenido, pues mejor. Supongo que esto facilita la “digestión” y permite a su vez consumir más idioteces que van creando un idiota aún más perfecto, capaz de procesar únicamente bobadas aún más increíbles en mayor volumen. Así es, estimado lector, estimada lectora, como dice el adagio de los informáticos, “basura entra, basura sale” y al precer lo que nos appetece es el volumen de información que consumimos y nos vale un comino la calidad de la misma. Es el equivalente a comer hamburguesas, papas fritas y gaseosa todo el tiempo que estamos despiertos. Imaginese usted el resultado fisiológico de esta gastronómica analogía… y extrapole al ámbito cognitivo los resultados. Esto explica los Q´Anon, las teorías de la conspiración, “La Tierra es plana”, los antivacunas, la popularidad de políticos capaces de causar derrames cerebrales con sus discursos y la adicción juvenil a los memes y bailecitos de TikTok.
“Algo huele mal en Dinamarca”.
Consideremos la educación de un niño durante la Inglaterra Victoriana. Aún considerando los bemoles del elitismo y clasismo de la época, mi punto es que había un marcadísimo énfasis en la lecto-escritura y la artimética; las cuales se debían dominar a cabalidad. Los menores también recibían clases de historia y geografía, y los libros a leer eran literatura de verdad. En el caso de las élites, esto incluía hasta los clásicos – la Ilíada y la Odisea – múltiples idiomas (incluyendo el latín) y el equivalente a la telenovela del pueblo del la época eran las obras de Dickens y similares, publicadas por capítulos semana a semana. Por otro lado, para informarse de eventos y noticias, pues estaban los diarios y nada más. Es decir, la cantidad de información era muchísimo menor… pero de mucha mayor calidad. Aún en mi pequeño país, con las inmensas limitaciones del momento, la calidad de la educación pública hace unos cincuenta o sesenta años era mucho mayor: lo poco que había era de primer orden. Traslademonos al presente y examinese nuestra realidad y la de nuestros jovenes. La información simplemente nos ahoga por abundante, pero la inmensa mayoría de nosotros se limita a las nefastas redes sociales para des-informarse (valga mencionar, ¡qué alegría la caída de Facebook este pasado 4 de octubre!), y los más de aquellos que aún tienen la “mala costumbre” de leer un libro se limitan a la literatura “light”: novelas de aventuras, el género fantástico y similares. De repente alguien lee la Biblia… ¡pero nada más! Es más, si quiere hacer un experimento, compare una revista “National Geographic” de hace unas tres o cuatro décadas con las de hoy en día. Hágalo y cuentenos a que conclusiones llega.
En resumen, ya nadie lee una novela clásica, por no hablar de no-ficción de calidad. Leer un buen libro se ha convertido en algo a lo que solo se puede describir como un “gusto adquirido para intelectuales” (sea lo que sea eso); una afición innecesaria y amarguísima para el gran público, un adorno para afectados. Lo mismo aplica para el gran arte. Irónicamente, nunca en la historia de la humanidad ha habido tanta disponibilidad, tanta accesibilidad y facilidad para leer un buen libro, disfrutar una buena película, admirar una hermosa pintura o escuchar una sinfonía. Es cuestión de un “click”. Pero claro, eso significaría esfuerzo, concentración, dedicación: es más fácil ver “youtubers” hablando de videojuegos o moda, escuchar reggaetón o leer culebrones de “vampiros enamorados”.
Una arista aún más preocupante del problema es que las generaciones más jovenes han sido expuestas al mencionado mierdero desde su más tierna infancia, lo cual significa que es lo que conocen, lo que entienden… y lo que gustan y admiran. Los niños ya ni siquiera ven caricaturas: se la pasan expuestos a “youtubers” haciendo estupideces sin diálogo y sin guión o trama alguna; sazonados con colores chilllantes, efectos especiales de segunda y soniditos estridentes. A mi me parece que esto es Idiotez 101. Pregunto – ¿qué estamos haciendo con nuestros hijos? ¿En qué se convertirán? ¿Qué clase de pensamiento crítico, de capacidad de concentración, de conocimientos tendrán; si todo lo que conocen es el lado más decadente, no, digámoslo sin ambages, más ESTÚPIDO (y en ocasiones oscuro) de los Netflix, Whatsapp, TikTok y YouTube? Es decir, ¿qué podemos esperar de una personita que tiene como ídolo, modelo o heroína a un tipo o tipa que se gana la vida haciendo muecas y payasadas por internet? ¿Qué será de la sociedad si el “teléfono” es cada vez más “inteligente”, sabe cada vez más de nosotros y la humanidad por su parte es cada vez más un colectivo de imbéciles? ¿Para dónde vamos?
Mi estúpida conclusión
Siendo así las cosas, creo que la única manera de salir de esta ciénaga nauseabunda de cretinos y necedades implica una doble medicina, y no sé cuál de las dos es más amarga y más difícil de implementar. En primer lugar, debemos disminuir la cantidad de información que consumimos. Si, muchísimo menos pantallas. Re-aprender a ir al inodoro sin el celular. Re-aprender a comer sin ver la TV… o al menos ver la TV sin mirar a la vez el celular. Aprender a no hacer nada, a aburrirnos, a olvidarnos de Whatsapp y del teléfono por ratos. Re-aprender a ser sin hacer y más importante aún, a ser sin consumir. Simplemente, ser.
Por otro lado, debemos a un tiempo mejorar la calidad de la información que consumimos. Leer un libro. Un libro de verdad. Y leerlo de cabo a rabo, pensando, estudiando, aprendiendo, persistiendo. Escuchar música clásica. Ir a un museo. No digo que no haya espacio para ligerezas y “fiesta” pero si solo se consume el equivalente a papas fritas digitales cada minuto de nuestro tiempo de vigilia… pues aviados estamos. ¿Como lograr lo anterior, como implementar estas “medicinas” para el gran público? No tengo la menor idea. Los recientes acontecimientos en torno al imperio del Sr. Zuckerberg dan alguna esperanza: creo que una estricta legislación para las redes sociales es un primer gran paso. Quizás (y ya estoy llegando a extremos utópicos) prohibir las redes sociales y algunas otras plataformas un par de días por semana sería una gran medida, para dejarnos ser siquiera por unas horas, para tener paz mental aunque sea por ratos. Soñar es gratis, ¿no? La alternativa es resignarnos al consumo masivo e ilimitado de idioteces por un colectivo de zombis hambrientos sin cerebro: una sindemia de idioteces y de idiotas adictos a la idiotez. Algo habrá que hacer entonces.
Por ahora, les deseo aburrimiento, moderación y sabiduría.
Un abrazo,
Fernando
Photo by Kajetan Sumila on Unsplash
Foto: Enfoque / Photo: Focus
ESPAÑOL: la imagen es sencilla – o todo lo sencilla que puede ser la Madre Naturaleza, en este caso, altos troncos de bambú apuntando hacia el cielo. El truco es el juego de enfoque de la cámara, que arrastra nuestro ojo hacia un detalle que de otra manera, pasaría desapercibido: uno de los tantos aros en el tronco. La belleza ciertamente reside en el ojo del observador.
ENGLISH: the picture is quite simple – or as simple as Mother Nature can be, in this case, sharing with us the gift of high bamboo trees leaning toward the sky. The trick is focus: the camera drags the eye to a detail in the entire scene: the furry-like ring. Beauty lies within the eye of the beholder, as the saying goes.
Foto: Ladrillos de un Recuerdo / Photo: Bricks of a Memory
VERSIÓN EN ESPAÑOL / ENGLISH VERSION BELOW
La foto fue capturada con la cámara en automático, pues literalmente tuve que “lanzarme” de mi automóvil para no perder la ocasión: se hizo válido aquello de “darle importancia al momento”, supongo. Luego, la imagen fue procesada con algunos filtros digitales para realzar la irresistible y dulce nostalgia que naturalmente transmite.
Y es que, no sé a ustedes, pero estos viejos ladrillos, apilados como trozos de un pasado en donde fueron más útiles, me hacen respirar un aire de un tiempo ya ido. Parecen ser lo que queda de un lugar difuminado en un recuerdo sin forma. Esas antiguas tejas, recostadas por el cansancio de tantos soles, parecen descansar tras eternas jornadas. Es forma en potencia, trozos de un recuerdo, vestigios de una era.
Es “saudade”, como dirían mis amigos brasileños. Me recuerda la canción “Linger”, por “The Cranberries”. Se las comparto abajo además.
Un abrazo,
Fernando
ENGLISH VERSION / VERSIÓN EN ESPAÑOL ARRIBA
This shot was captured with the camera in auto mode: I literally had to jump from the car in order to seize the moment. Later on, I processed it through a series of digital filters, just to emphasize the irresistible, sweet nostalgy that the image conveys.
I don´t know about you, but these old bricks, sitting there like pieces of a past in which they played a much more important role, transmit the air of a time long gone. They are the memory of a past mutated into a shapeless pile. The old tiles, tired, leaning on the wall after endless days, fill up the delicate picture. Pieces of a lost era.
This is “saudade”, as my Brazilian friends would say. It also reminded me of “Linger”, by “The Cranberries”, song I share with you below.
Warm regards,
Fernando
Parábola del jardín y el jardinero
Había una vez un jardín. Pequeño, mimoso y presto al capricho, no se dejaba encajonar por preconcepciones o prejuicios de nadie. Su naturaleza intrínseca era fluida y cambiante, ajena a los fútiles esfuerzos de los que trataban de convertirlo en una especie de escultura viviente. El pequeño jardín respiraba, crecía, mutaba. En una palabra, aquel diminuto bosque vivía y no se le daba muy bien el que lo quisieran convertir en una estéril postal.
Había una vez tambien un jardinero. Como tantos, tenía una visión, una idea, una aspiración en su cabeza. O al menos buscaba una visión – lo cual de por sí, poca cosa no es – persiguiéndola con ese etéreo afán con que se sueñan los sueños. Tenía el jardinero una imagen de un jardín de estética absoluta. Un jardín que transmitiese paz, calma y serena luz. Un jardín, diríamos, perfecto.
Y el jardinero se esmeró en plasmar en aquel jardín su sueño. En ocasiones aquello se traducía en un esfuerzo calmo, como cuando había que desyerbar, o cuando se dedicaba acomodar las rocas y pedruscos que minuciosamente recogía para el jardín durante sus caminatas. El trabajo llegaba a un extremo casi espiritual cuando regaba las plantas y hasta al acomodar para una mayor estética las hojas de la agraciada vegetación. En otras ocasiones, le corría el sudor por el rostro al mover pesadas rocas, cortar ramas enfermas y controlar plagas e invasores.
Más aconteció que el jardín resultó ser temperamental. Las plantas crecían con desusado vigor, las rocas reptaban la pendiente cual absurdos quelonios. Hasta los ejércitos de hormigas no se daban por vencidos, regresando por sustento con la calmosa inflexibiidad de las lunas y las estaciones.
Al jardinero le parecía todo aquello un verdadero despropósito. ¿Como era posible, se decía, que este jardín sea tan malagradecido? ¿Cómo pueden obstinarse tanto con mis flores estas hormigas? ¿Cuando voy a terminar esta mi obra maestra? El jardín, inmutable, permaneció en silencio mientras el jardinero continuaba en su soliloquio bajo un sol inmisericorde que dibujaba gotas de sudor en su frente.
Pasó el tiempo, y con este, pasaron también muchas otras cosas. El jardín, a pesar de los pesares, pareció mostrarse un poquito más anuente a colaborar con el jardinero. Bueno, no tanto porque su voluble y salvaje naturaleza hubiese cambiado, sino porque los esfuerzos del jardinero le habían entregado un cauce en donde – al menos por un ratito – liberar de manera más controlada el fogoso fluir de aquellos vergeles. Pero el cambio mayor se dió en alguien más. Porque el jardinero comenzó a ver el jardín con otros ojos. Conforme pasaron las semanas, los meses y los años, se dió cuenta de su secreto agrado por aquella veleidosa naturaleza. El jardín cambiaba, mutaba, lo sorprendía de mil maneras… y eso estaba bien. Su obra maestra no era una, sino muchas, tantas como días tenía el año, cambiando y danzando con las lluvias, los vientos y los soles. “Por mí, que así sea, puesto que así es”, dijo con sonriente aceptación el renovado cuidador. “No es solo el jardín. Es la jardínería”, decía. Y así, las abejas zumbaban, las hormigas marchaban, colibríes y mariposas revoloteaban. Hasta un sapito hizo del diminuto bosque su hogar. Todos ellos siempre habían estado ahí, pero hasta ahora los veía el cambiado hortelano. Hasta ahora les sentía. Ahora eran importantes para él.
Porque… a veces el jardín del cuento está “aquí atrás”… adivinen Ustedes quién… quién lo cuidará.
Un abrazo,
Fernando
OVNIs, UFOs y blasfemias: “Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla” G. B.
No. No estamos solos. Porque la Verdad está allá Afuera.
Veinte de enero del año 1600. Era una mañana fría en Roma. Triste. Gris. Tras semanas de “juicio”, el Inquisidor que dirige el proceso, su Eminentísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Roberto Bellarmine (dicho sea de paso, Santo canonizado y uno de los 36 Doctores de la Iglesia) dicta sentencia condenatoria, tras la declaración de herejía del Papa Clemente VIII, quien a todas luces conocía a la clemencia solo de nombre. Claro, porque tras la declaración de hereje, el colegio de Inquisidores de Bellarmine dicta pena de muerte para el fraile dominico Filippo Bruno (Iordanus Brunus Nolaus en latín), conocido para nosotros como Giordano Bruno. Y no cualquier muerte. El 17 de Febrero, fecha infame para la posteridad, fue llevado con la lengua atada hasta el sitio de su muerte. Fue luego colgado boca abajo, desnudo. Luego, con cristiana misericordia tras esa tortura, le prendieron fuego a la hoguera bajo su cabeza. “Poned la otra mejilla”. “Amaos los unos a los otros”. “El que esté libre de pecado”. Brillante ejercicio de citas bíblicas nos ilustra este pasaje histórico.
Pero bueno, más allá del dolorosísimo episodio quisiera rescatar ahora la razón por la cual fue quemado vivo Bruno. Lo hago en el contexto de la publicación del último reporte del Pentágono (pasado 25 de junio 2021) sobre avistamientos de los ahora conocidos como “UAPs”, antes llamados “UFOs” – OVNIs en castellano. Y es que la sospecha de que “no estamos solos” no hace más que acrecentarse. El reporte no es concluyente: no lo es en absoluto. Pero, de 144 avistamientos estudiados, solo se pudo explicar 1 evento. Repito: 1 de 144 casos (eso es menos del 1%). Cuando a esa estadística dura se suman las declaraciones de los pilotos de combate involucrados en algunos incidentes y las entrevistas realizadas a los investigadores por medios tan reputados como “The Washington Post” (les comparto el video abajo), hay sobrada evidencia para calificar al informe no ya de tímido sino de encubridor: “The Truth is out there”, decían por ahí. Es cierto: la Verdad está afuera. Lo confieso, coincido firmemente con la no digamos adelantada sino adivinatoria, profética vision del fraile Bruno. Sí, porque hace la bicoca de unos 430-450 años, este libre pensador se atrevió a apoyar el prinicipio Copernicano. Además, se dejó decir que el Universo es infinito y carece de centro. Y para rematar, y aunque Usted no me lo crea, dijo que las estrellas en el firmamento no eran otra cosa sino otros soles alrededor de los cuales podían haber planetas… y que esos planetas lejanos podían sustentar y contener la vida. “Una infinidad de mundos”. Hace más de cuatro siglos. Es para que se le erizen a uno los pelos… clarividencia pura.
Pensémoslo ahora con los datos que la ciencia ha aportado desde esos medievales tiempos. Sabemos que solo en la Vía Láctea, nuestra galaxia, hay algo así como 100 billones de estrellas (un estimado conservador), y además que es una galaxia “típica”. En el Universo visible, hay un aproximado burdo de 10 billones de galaxias. Los astrónomos llegan entonces a la conclusión de que hay algo así como 10.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas. No vale la pena ni intentar leer ese número. Son diez sextillones de estrellas solo en el volumen actualmente observable del Universo. Es una cantidad incomprensiblemente grande: muchas, pero muchísimas más estrellas que granos de arena en todas las playas del mundo, nos decía Carl Sagan. Para rematar el argumento, en 1992 (¡es increíble lo reciente del descubrimiento)! se encontró el primer exoplaneta (primer planeta fuera del Sistema Solar). Hoy sabemos que hay al menos un planeta en promedio por estrella, y se descubren nuevas “Tierras” por decenas. Haga Usted entonces los números… las posibilidades son literalmente astronómicas. Pensar que estamos solos, maestros únicos, amos solitarios de la Creación, es por decir lo menos una inocentada. Más aún, creo que ese tipo de pensamiento abreva de la misma fuente que el geocentrismo: en la descabellada idea de que somos literalmente la medida y centro de todas las cosas. Es un enfoque puramente antropocéntrico. Digamoslo mejor, es egocéntrico, narcisista, ególatra. Una idea terriblemente conveniente para nosotros pues supedita al Universo entero – seres vivos, medio ambiente de la Tierra, el Cosmos – a nuestras ordenes e intereses. En el fondo, no hemos avanzado mucho desde los tiempos del Cardenal Bellarmine. Seguimos creyendo que “este asunto” tiene que ver con nosotros como especie – en el mejor de los casos, normalmente lo acotamos hasta al nivel de nacionalidades, religiones e ideologías. Es un enfoque infantil: es “mío” nada más y no lo vamos a compartir. Entonces, cuando alguien se atreve a pensar diferente, hoy como ayer, se quema en la pira de las redes sociales entre llamas de burla, carbones de odio y gritos de ignorancia. “Blasfemia. herejía, conjetura, charlatanería”, vociferan sin argumentos, datos, tolerancia ni respeto. En el fondo, es más bien una oda al aforismo aquel de “prohibido pensar”. Bueno, a todos esos inquisidores y dogmáticos modernos podemos citarles a Bruno, quién tras escuchar la sentencia de muerte, con socarrona sonrisa, ceño fruncido y gesto amenazante se atrevió a decirle a aquel cardenalicio jurado: “Maiori forsan cum timore sententiam in me fertis quam ego accipiam“. Sí, “Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”. Porque aquello no era una sentencia… era la patente aceptación del miedo de aquellos jueces ante la Verdad y sobre todo, ante el poder del libre pensamiento.
Deseo cerrar este breve ensayo compartiendo mi opinión personal. Pienso que la mejor explicación para los increíbles fenómenos detectados aquí mismo en nuestra Tierra (véase testimonio en el video de arriba, un sólido ejemplo) son seres de algún otro sitio, los cuales nos visitan quizás desde hace milenios. Pienso además que aunque ese no fuera el caso (que aún no hayamos tenido “visitantes”, quiero decir), es iluso pensar que estamos solos en el Cosmos. Coincido asimismo con el Dr. Michio Kaku que haremos contacto posiblemente durante este siglo, siquiera fuese recibiendo señales remotas.
Finalmente, creo que la Historia de la Humanidad no es otra cosa sino un muy paulatino viaje a la Humildad, a reconocernos pequeños, muy pero pequeños… y sin embargo, absolutamente indispensables los unos para los otros, junto con el resto de la biosfera, como una sola familia que comparte esta tercera roca desde el Sol.
Larga Vida y Prosperidad,
Fernando