¿Por qué se enoja?
Entre un estímulo y nuestra reacción existe un espacio. Es en este espacio que tenemos el poder de elegir nuestra reacción. En este espacio se encuentra nuestra libertad y nuestro éxito. — Viktor Frankl
Recuerdo cuando papá me espetaba el refrán que dice “¡el que se enoja pierde!”, cada vez que me asaltaba un ataque de ira de esos turbocargados por hormonas adolescentes. La frase funcionaba con frecuencia, arrástrandome por la fuerza desde los dominios de la amígdala hacia el imperio de la razón. Recuerdo también cuando me explicaba – en medio de la emoción de una pelea televisada de boxeo – como los mejores luchadores pelean con la cabeza antes que con los puños. En medio del ardor de los golpes, normalmente lleva las de ganar el más inteligente y estratégico, comentaba mi viejo.
Ahora bien, temo que los consejos de mi padre deben ser adaptados a estos tiempos modernos donde reinan las redes sociales. Desde el punto de vista personal, por supuesto que sigue teniendo razón. Sin embargo, desde la perspectiva social existen personajes que más bien viven del enojo ajeno. En vez de pregonar “el que se enoja pierde”, estos personajes aplican la fórmula “si no los enojo, pierdo”. Deliberadamente siembran división, rencor e ira. Exaltan el discurso de “nosotros, los buenos” vs “ellos, los malos”. Si nos vamos a la raíz del asunto, coincido a cabalidad con Ryan Holiday en que la causa de todo este lío es nuestro EGO. Una trampa psicológica nos hace confundir nuestras creencias y opiniones con nuestras personas. Olvidamos que no somos lo que creemos: un bebé de seis meses no cree en nada y es tan persona como usted o como yo. Aún más, si algo debería caracterizarnos serían más bien nuestras acciones. Lo que sucede es que las emociones provocan un “corto circuito” entre el estímulo y nuestra reacción al mismo. En otras palabras, la emotividad descontrolada nos roba la “última libertad humana” que nos ilustró Viktor Frankl: aquella libertad de elegir como nos afectarán los eventos y las circunstancias de la vida. Me permito añadir que nos roban también la capacidad de análisis. Ese secuestro de la razón es precisamente lo que vemos en los comentarios a las noticias en las redes sociales y versiones digitales de los diarios. Me atrevo a afirmar que el 80% de las “opiniones” ahí vertidas son más bien pura bilis, el 15% son trabajo de “troles” profesionales y únicamente el 5% son opiniones con alguna base sensata.
Regresando al tema central que hoy nos ocupa, concluimos que estamos hoy ante un mundo en el cual no solo somos presa de los defectos inherentes de nuestra naturaleza humana, sino que estos defectos son activamente excitados y explotados por los medios, los políticos, los religiosos y otras entidades adictas al poder. La forma en que se escribe un titular de una noticia, los ataques ad-hominem de un político contra el adversario, el sermón de un obispo atacando a alguien por sus creencias y un largo etcétera de malos ejemplos nos tienen rodeados, enfermos y cansados. Se hace imperativo entonces aprender a no reaccionar. En serio, digamos en voz alta: ¿por qué me enojo? ¿Soy yo acaso definido por mi candidato / partido político o mi religión? ¿Respondo yo por sus actos y defectos? ¿Será que me están utilizando vilmente para generar tráfico, “likes”, comentarios, votos? Debemos respirar hondo y seriamente cuestionarnos si ese “comentario” que estoy a punto de escribir aporta algo más que odio puro: ¿contribuiré acaso más con mi silencio? (no siempre hay que opinar, ¿o sí?). Necesitamos re-aprender a pensar, a ser capaces de tratar el tema independientemente del mensajero. Vamos: ¿qué importa quien es el autor de una publicación en tanto el punto sea válido? Necesitamos calmarnos, urge activar esa pausa entre el estímulo y la reacción que nos regaló Frankl. No nos enojemos gratuitamente, pues hoy por hoy no solo perdemos nosotros sino que nuestro enojo es el combustible de la victoria de los que nos manipulan. Esta manipulación no es algo nuevo, por supuesto, pero la tecnología moderna (redes sociales, teléfonos móviles, internet) la ha puesto en manos de cualquiera con un poco de conocimiento y mucho de malas intenciones.
Creo que ya fue suficiente por hoy, cerremos. Cantaba Yoko Ono, “All we are saying… is give peace a chance!” Con el permiso de Lennon, yo lo cambiaría un tantito… ¿qué tal “All we are saying… is give peace and thought a chance”?
¿Nos determina la semana? / Are we determined by the week?
VERSION EN ESPAÑOL / ENGLISH VERSION BELOW
Como un rayo necio y reincidente, esta idea me ha golpeado varias veces, principalmente los Domingos. Es uno de tantos pensamientos que me asaltan ese día por la noche, pues mi insomnio y crisis existenciales parecen estar programados en un ciclo semanal. Sí, los Domingos… como canta cierta melenuda artista canadiense: “isn´t it ironic?” Pero bueno, a lo que vinimos:
Es sencillo – sostengo que nuestras vidas modernas están determinadas en mayor medida de lo que tenemos presente por el actual modelo de “semana”. En este modelo hay dos obvios bloques: Lunes a Viernes para laborar y el fin de semana (Sábados y Domingos) como tiempo de ocio & descanso: siete días. Y lo que es más notable es que esta estructura es un concepto totalmente subjetivo – una construcción social y cultural – pero nada más. De hecho, la semana de siete días es una herencia religiosa de nuestros antepasados mesopotámicos, quienes asignaron un día para cada uno de los los siete mayores cuerpos celestes (Sol, Luna, Marte, Mercurio, Venus, Marte y Saturno). En otras palabras, no tiene un fundamento astronómico como el mes (asociado a los movimientos de la luna) o el año (que refleja el giro del sol y las estaciones), sino que es algo místico: un “número mágico” relativo a “los dioses”. Si le ponemos cabeza, no es una realidad objetiva: es un pacto, una herencia, un supuesto que todos hemos aceptado. Cuando el ser humano no conocía la agricultura y vagabamos por bosques y sábanas cazando y recolectando lo que comíamos, pues no existian días de la semana: todos los días eran iguales, si no se cazaba, no se comía. Esto fue así por milenios. La revolución de la agricultura y nuestro establecimiento en sitios fijos derivó en un día de descanso para algunos, pero en general no cambiaron mucho las cosas. No fue sino hasta el advenimiento de nuestra época moderna cuando, con economías de escala, mecanización e industrialización llegamos a tener – al menos los privilegiados -el presente modelo 5-2 (siempre encajonados por una herencia babilónica de siete días). Y vivimos en función del mismo, programando nuestras vidas completas en torno a este proceso semanal (“Living for the weekends” decía la frase que ví en una calcomanía hace poco). El tiempo con nuestras familias, nuestros ocios, paseos, trabajo; todo se enmarca en ese eterno ciclo. Pero… ¿Es este el mejor modelo para el siglo XXI? ¿Podemos pensar en como mejorarlo? Pienso que sí. Se me ocurren al menos los siguientes factores (presentados como preguntas) para analizar juntos este tema:
- ¿Están “grabadas en piedra” las 8 horas por día o las 40 ó 48 horas semanales de trabajo? La respuesta es evidente, y es un “no”. Se abren entonces las posibilidades. ¿Qué tal hacer 10 horas diarias, cuatro días a la semana y liberar así un día cada semana? Tendríamos entonces fines de semana con tres días libres. Habrá inclusive quién prefiera laborar 12 horas días, tres días por semana y tener cuatro días libres. ¿Por qué no, si es ese el gusto de la persona?
- ¿Se reducirán la cantidad de horas laborales? Todo apunta a que la respuesta a mediano plazo es un resonante “sí”. En 1870, el estadounidense promedio trabajaba 62 horas. En Alemania se laboraban 67 horas. Un francés se “partía el lomo” por 66 horas semanales, un español, 65. Para el año 2000, un norteamericano laboraba aprox. 40 horas cada 7 días, mientras que franceses y españoles trabajan aprox. 35 horas por semana. La conclusión es evidente: la tendencia es descendente y todo apunta a que seguirá así (recordemos que la llegada de la Inteligencia Artificial y otros avances tecnológicos que apuntan a un nuevo salto en la productividad).
- ¿Queremos un solo “bloque” de descanso al final de la jornada semanal? Esta es una pregunta importante. Digo, ¿será lo mejor para nuestra salud física y mental el tener una sola pausa al final de un “sprint” continuo de trabajo semanal? ¿No será mejor tener dos pausas, algo así como laborar Lunes y Martes, descansar el Miércoles, para luego laborar Jueves y Viernes y cerrar con el fin de semana? Desconozco si hay estudios al respecto. Quizás algún amable lector nos pueda informar al respecto.
- ¿Debe tener la semana siete días? Como se explica más arriba, a menos que Usted sea sumerio o babilónico, la respuesta sería un “no”. Deberíamos entonces abrirnos a la posibilidad de romper ese molde para evaluar la posibilidad de tractos más largos de trabajo o descanso, utilizando para ello medios días de labores u otras ideas novedosas – según las necesidades y gustos de cada quien. Ni siquiera tendría que ser algo fijo: ¿qué tal semanas de 15 días, seguidas por otras de siete, o cualquiera otra combinación?
- ¿Estamos considerando en suficiente medida las demandas de flexibilidad del ciudadano moderno? La sociedad sigue evolucionando: las expectativas y gustos de la generación “Millenial” son muy diferentes a los “baby-boomers” o los gen-X; por no mencionar la generación Z. Cada día la sociedad se vuelve más conectada, más móvil, más dependiente de la tecnología. Los modelos laborales cambian: el “freelancing” y la “gig-economy” están al alza. Se trabaja cada vez más desde la casa, desde sitios de “co-working”, desde aeropuertos, estaciones y parques. La tendencia es a una cada vez mayor libertad, movilidad, telepresencia.
Visto todo lo anterior, mi conclusión preliminar es que nuestro “pacto social sobre la semana” se ha quedado corto. Necesitamos (muy especialmente en mi país) aumentar la flexibilidad de los modelos laborales y su sustrato legal. Es urgente proveer mayor agilidad y adaptabilidad al marco legal de forma tal que se adapte a las demandas personales y empresariales de un nuevo siglo. Laboramos por décadas: lo correcto es que el diseño de la semana responda no solo a fundamentos históricos o corporativos. Creo que hemos alcanzado la madurez suficiente como civilización para considerar también a la sociedad, a la familia y últimamente al individuo y su salud física y mental. Solo así diseñaremos una “semana” a la altura de los tiempos.
Les escucho ahora. Hasta la próxima,
Fernando
ENGLISH VERSION / VERSION EN ESPAÑOL ARRIBA
Matching a stubborn and cyclical lightning storm, this idea has hit me several times, mainly on Sundays. It is one of those thoughts that assault me that day of the week, powered by my insomnia and weekly existential crisis. Yes, on Sundays… as A. Morissette sings: “isn´t it ironic, don´t you think?” Anyway, to our business:
It´s simple – I state that our modern lives are excessively (and unconsciously) determined by the actual model of that entity called the “week”; which has two clear blocks: Mon-Fri to work, Sat-Sun for our leisure. Perhaps the most noticeable thing is that the “week” is a subjective concept… a social/cultural construction but nothing else. In fact, the seven-days week is a religious “inheritance” from ancient Mesopotamia. The first know civilization assigned a day to each one of the major heavenly bodies: Sun, Moon, Mars, Mercury, Venus and Saturn. Hence, the seven-days week is not even based on astronomical events like the month is (associated to the movements of the moon) or the 365-days year, linked to the Sun´s cycle. It is just a “magical number”, mystically reflecting the “gods”. Think about it – it´s no objective reality: it is a pact, an agreement, an omnipresent assumption of this modern world. When Humanity wandered as hunter-gatherers, there were no weekdays. Every day was the same: you don´t hunt, you don´t eat. This was the tone for millennia. The agriculture revolution and our establishment in fixed sites (cities) led to a day of leisure for some, but in general things didn´t change a lot. It was not until our modern times that, through economies of scale, mechanization and industrialization, we have come to the 5-2 model. And our lives revolve around this 7 days weekly process (“Living for the weekends”, read a sticker I recently saw on a bumper). The time we spend with our families, our leisure, travel, work… everything moves around this seemingly eternal cycle. But… Is this the best model for the XXI century? Can we improve it? I think so. I believe that we need to consider (at least) the following factors when the time for re-engineering comes. I have listed them as questions, below:
- Are the 8-hours per day & the 40 or 48 days per week “carved in stone”? The answer is evident and it is a “no”. Possibilities are open. What about doing 10 work hours per day, thus freeing up 1 day per week? a 3-days weekend sounds good, doesn´t it? And there would be individuals who prefer working 12 hours for three-days a week, and having 4 days free. Why not, if that is your preference?
- Are work hours reducing? Everything points to a positive answer. In 1870, the average american worked for 62 (!) hours per week. In Germany, it was 67. A french person hit 66, and in Spain the average was 65. 130 years later (year 2000), the american marks 40. Spaniards and French hit approx. 35. The conclusion is evident: the trend is about a reduction in the work hours and it points to keep like that. The dawn of AI and general tech progress points toward new productivity, empowering this trend into the future.
- Do we want a single “block” of leisure at the end of the workweek? This is an important question. I mean, is it the best for our physical and mental health to have a single pause at the end of a long, continuous sprint of work per week? Wouldn´t it be wiser to have two pauses, such as working on Mon-Tue, resting on Wed, and then resuming during Thu and Fri before jumping into the weekend? This I don´t know. Perhaps a kind reader can enlighten us on this topic.
- Is the week necessarily a 7 days thing? As explained above, unless you are a Sumerian or Babylonian guy, probably not. I believe it is worth at least to revisit the idea. Perhaps extended periods of work followed by recurrent vacations could be an option for some of us, perhaps fueled through a work part-time model. Moreover, it doesn´t needs to be constant: what about a 15 days week followed by a seven days one, or any other that should apply?
- Are we sufficiently considering the flexibility needs of the modern citizen? Society keeps evolving: the expectations and needs of a Millennial are very different from the ones of a Baby-Boomer, a Gen-X or a Gen-Z. Every day society gets more connected, more mobile, more dependent on tech. Labor models shift: freelancing and the gig-economy are on the rise. We work, every day more, from home, from co-working (shared) spaces, from airports, train stations, cars and parks. The trend is about liberty, mobility, tele-presence.
As per all the above, my preliminary conclusion is that our “social pact on the week” has gone elderly and outdated. We need (especially in my beloved homeland) to augment the flexibility of the labor model and its legal foundations. Its urgent to provide agility and adaptability to the legal normative, for it to abide to the personal and corporate needs of this new century. We work for 45 or 50 YEARS. The correct thing to do is to have a week design based not only on historical or corporate demands. I strongly believe that we, as a civilization, have reached the maturity level to consider also society, family and the very individual when crafting that elusive yet omnipresent entity called the “week”.
Now, what do you think?
See you soon,
Fernando
Fuentes:
Repartiendo la riqueza mundial / Equally distributing world´s wealth
VERSIÓN EN ESPAÑOL / ENGLISH VERSION BELOW
A pesar de ser datos fundamentales para entender este agitado mundo, casi ninguno de nosotros se ha preguntado a cuánto asciende el valor de todo lo que genera la Humanidad (productos, servicios, transacciones) en un período de tiempo, digamos en un año. Y mucho menos, cuanto le tocaría a cada persona si esa riqueza se repartiera equitativamente (“por parejo”) entre cada ser humano viviente en el 3er planeta desde el Sol. Me entró la curiosidad y me puse a investigar . Les cuento muy brevemente lo que encontré y mis conclusiones iniciales…
Comencemos entonces. Tenemos camino avanzado, pues casi sin darnos cuenta hemos definido ya el PIB, o Producto Interno Bruto: dijimos que es “el valor económico de todo lo que se genera en un periodo de tiempo” – normalmente en 1 año calendario. Y cuando hablamos de lo que produce el planeta, es un número brutalmente (pun intended) grande. Voy a usar datos del año 2017 puesto que estaban más a la mano – el PIB mundial fue por la suma nada despreciable de aprox. 80 mil billones de dólares (números redondos). Ahora bien, en el 2017 había aprox. 7.700 millones de personas respirando sobre la faz de la Tierra. Si dividimos la riqueza por la cantidad de personas, ¡zaz!, obtenemos el PIB per cápita (“PIB por testuz”, podríamos decir también). Según el Banco Mundial (“World Bank”), ese número asciende a USD $10,726.00. Ese dato no dice nada por sí mismo, pero se vuelve muy interesante cuando lo COMPARAMOS con algo más… por ejemplo, el PIB de mi propio país, la pequeña Costa Rica con sus 5 millones de habitantes. El PIB costarricense asciende a USD $11,677.26… menos de mil dólares de diferencia con el promedio global. ¿Y qué hay de otros “PIB por testuz”? Pues en orden ascendente, el de la India (con sus más de 1,300 millones de habitantes, el 17% de la población mundial) es de magros $1,942.10 anuales. China (más de 1,400 millones de personas, 18% del mundo): $8,827 dólares anuales por persona. Brasil (211 millones de personas): $9,821.44 dólares. Los casi 513 millones de habitantes de la Unión Europea reciben mas de $33,700 dólares al año. Y los 327 millones estadounidenses (4% de la población global) gozan de un promedio de casi $60,000 anuales. Hmmm…
La conclusión fundamental de todo esto es tristemente evidente: la riqueza mundial está distribuida de manera absurdamente desigual. Y digo “absurdamente” porque más allá de apostolar por una repartición aritméticamente idéntica (un perfecto y utópico comunismo, doctrina de la cual, valga mencionar, no soy ni lejanamente adepto), hay algo fundamentalmente mal en el hecho de que, en promedio, una persona de la India reciba 30 veces menos ingresos anuales que un norteamericano, por no hablar de ejemplos extremos (eg, Luxemburgo con más de $120,000 anuales VS Somalia con unos ruines, tristes, paupérrimos $100 (sí, cien dólares aprox.) ANUALES para cada uno de sus 15 millones de mujeres, hombres y niños. Sigo: la producción mundial de riqueza alcanza para garantizar condiciones más que aceptables de vida para todos en este planeta. Lo sé porque , en términos generales, se vive bien en mi país, el cual tiene un PIB anual similar al promedio mundial. Ahora bien, sé también que este asunto tiene muchos otros matices y detalles técnicos & financieros, como por ejemplo el efecto de la paridad del poder de compra (PPC) y el increíble y distorsionante hecho de que más del 40% de las inversiones directas son en realidad movimientos corporativos vacíos para evadir impuestos, sobre todo en paraísos fiscales. Además, los valores fluctúan y en ocasiones no poco de acuerdo con la fuente. Pero a pesar de los pesares, la conclusión de fondo se sostiene: hay suficiente para todos. Dato final (la cereza en este pastel con sabor a dólar): las 26 personas más ricas del mundo disfrutan de más riqueza que los 3,800 millones de habitantes más pobres del planeta: la mitad de la Humanidad.
Mucho se está hablando de la desigualdad actualmente. Y yo ciertamente no tengo la solución a este complejo tema. Pero creo que estar objetivamente conscientes del tema, compartiendo algunos de estos chocantes datos, es un primer paso y, si se quiere, una pequeña contribución que empuja en la dirección correcta. Entonces, pregunto y me pregunto: ¿qué hacemos? Les escucho…
Fernando
ENGLISH VERSION / VERSION EN ESPAÑOL MÁS ARRIBA
In spite of being basic facts needed for a proper understanding of this troubled world, few of us have questioned how much does Humanity produces, meaning the value of all what we create during, say, a year. And even worse, fewer of us have asked how much of that wealth (products, services, transactions) should be assigned to each inhabitant of the world, assuming an equal distribution (share) of it. Well, I got curious and researched a little bit on it (thanks, World Bank for the data!). Let me share what I found and my initial conclusions…
Let´s start. We got already a nice way covered, since we have inadvertently defined GDP: “the economic value of all what is generated in a period of time” (normally, 1 calendar year). And when we are talking about World GDP, the number is colossal. Using 2017 data (it was the latest one at hand), world´s GDP reached approx. 80 trillion USD. Now, in 2017 there were about 7,700 million people alive on the third planet from the Sun. It´s a matter then of dividing the value of all what we produced between that population and bam!, we got GDP per capita (“per cranium”, we could say). According to the World Bank, the “magical number” is USD $10,726.00. Now that doesn´t says a lot by itself, but it becomes quite interesting when we COMPARE it with something else… for example, GDP per capita for my homeland, Costa Rica and its five million inhabitants. Costarrican GDP per capita is USD $11,677.26… less than a thousand dollars of difference with the world anual average. Let´s see other examples: India (more than 1,300 million persons, 17% of the globe´s population): sad $1,942.10 per year. China (world´s most populated country, 1,400 millions, 18% of us all): $8,827 dollars per Chinese. Brazil (211 million football lovers): USD $9,821.44 . The 513 million inhabitants of the European Union enjoy $33,700 of GDP per person/year. And the population of 327 million US citizens (4% of the globe´s population) a not-that-bad $60,000 per year. Hmmm…
The fundamental conclusion of all these numbers is regretful and evident: the world´s wealth is distributed in an absurdly unequal way. And I say “absurd” not in the light of preaching for a perfectly arithmetically distribution of wealth (an utopic communism, ideology I certainly reject) but there is something utterly wrong in the fact that a citizen of India (in average) receives 30 times less than a national of the US, not to speak of extreme examples (eg, Luxembourg with more than $120,000 per person per year VS Somalia with sad, astounding, cruel $100 (yes, approx. hundred dollars per YEAR) for each of its 15 million men, women and children. Furthermore, the planet´s production of wealth is enough to guarantee more than acceptable living conditions to everyone. I know because, in general terms, the living conditions are more than acceptable in my own country, which has a GDP per capita quite similar to the world´s average. Now I also know that there are lots of tech nuances and economical details to consider, such as purchasing power parity (PPP) and the incredible fact that 40% of direct investments are really empty corporate financial moves intended to evade taxes, not to mention that all these numbers vary somewhat according to the source. But the core conclusion stands: there is enough for all of us. Final fact (the cherry on top of this dollar-flavored pie): the 26 richest individuals in the world enjoy more wealth than the 3,800 million poorest of us (50% of Humanity!).
There is a lot of fuzz right now about this inequality topic. And I certainly don´t have the answer. But I believe that being objectively conscious of all these facts, and sharing this shocking data, is a step in the right direction. Hence, I ask myself and I ask You: what shall we do? I am all ears….
Fernando
Photo by Daniele Fantin on Unsplash
Sources:
- https://data.worldbank.org/
- https://www.oxfam.org/en/even-it/5-shocking-facts-about-extreme-global-inequality-and-how-even-it-davos
- https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_countries_by_GDP_(nominal)_per_capita
Soundtracks de nuestras vidas…
“Sin música la vida sería un error”. Friedrich Nietzsche.
Tenía que escribir estas líneas: la idea me tiene cautivado desde hace unas semanas y no me deja en paz. Me parece simplemente encantadora, con esa sutil delicadeza de las metáforas directas y sencillas. Supongo además que la idea no es nueva, pero al menos puedo decir que es nueva para mí. Tanto es así que no me da la gana el buscarla en Google pues ciertamente aparecerá algo por ahí y acabará mutilando y contaminando mi propia inspiración. Así que comparto aquí la vivencia propia… y nada más. Pero acabo de caer en cuenta de que no les he dicho cual es el punto en cuestión, así que sin más rodeos: ¿alguna vez han comparado sus propias vidas con una película, y llevando la metáfora al siguiente nivel, han pensado como la música que escuchamos es el “soundtrack” de nuestras existencias? Esto es especialmente válido para aquellas composiciones que deliberadamente escogemos y que marcan etapas de nuestros filmes, cintas donde somos a un tiempo guionistas, directores y protagonistas.
Pienso entonces en mi primera niñez, cuando las obras que me acompañaron eran las clásicas rondas y canciones infantiles. Me transporto a mi infancia, cuando mi madre sacudiera mis mañanas de domingo con Raphael y Serrat a todo volumen y mi padre resonara su música clásica (Aranjuez, Mozart, Beethoven). Recuerdo los viejos cassettes de mi viejo- cientos de ellos -. Mi padre pasaba horas arreglándolos, enrollando cintas con bolígrafos, acomodándolos, limpiándolos. Puedo ver mis manos de niño jugando con ellos mientras él me explicaba como es que había música ahí escondida o mejor aún, como se “atrapa” la música literalmente planchándola en el vinilo caliente de un LP. Pienso en mi temprana adolescencia, cuando no tenía idea clara de qué era lo que me gustaba escuchar (en realidad, no tenía una idea clara de nada de nada) y entonces lo que oían otros – primos, tíos, amigos – me envolvía en un torbellino sin que supiera yo qué hacer. Y recuerdo con absoluta claridad el momento en que, a través del lado B de un cassette escuché por primera vez a un grupo de rock argentino llamado Soda Stereo. Era la fiesta de mi hermano y el cassette en cuestión su regalo de cumpleaños. Tendría yo unos 12 años, y fue la primera vez en mi vida en que me identifiqué con un artista. A partir de ese primer romance musical comenzó un viaje que no se ha detenido, porque siguió una juventud con rebeldías empapadas de rock en español, metal pesado y otros ritmos. Luego vino una primera madurez donde volvi a aceptar la música de mis padres y hasta el pop, hasta llegar a una etapa donde el jazz (Miles Davis, Dave Brubeck), el flamenco (Vicente Amigo, Paco), el bossa y algunas obras clásicas (Vivaldi) me hacen volar, sin avergonzarme para nada de poder disfrutar de una salsa de Luis Enrique, de cantar a pecho abierto una vieja tonada (música “plancha”, dicen en mi tierra) y hasta de bailar en una fiesta un “merengazo”. Seguramente su banda sonora personal, amigo/amiga lector, resuena fuerte en su alma con solo poner a girar el disco de los recuerdos. Porque hay canciones para momentos y momentos para canciones: bodas, bailes, fiestas, cafés, estadios… También hay recuerdos de vinos, perros, trenes, flores, parques, libros. Y visiones de conciertos, celajes, bicicletas, paseos, besos y pasiones: instantes. Todos llevamos en el corazón escenas mágicas donde una perfecta música de fondo nos acompañó y envolvió.
Les comparto todo esto porque he llegado a la conclusión de que la variedad musical es simplemente lo lógico y sensato, un reflejo de la variedad de etapas que atravesamos en nuestros viajes. La variedad de gustos musicales a lo largo de la vida es un eco de la evolución de nuestras almas y de la riqueza de escenas del filme. Tanto es así que, a estas alturas y cuando parecía solamente un sueño inalcanzable, me encuentro una vez más cantando rondas infantiles… a buen entendedor, pocas palabras. A fe mía que la vida puede ser hermosa, ya sea cantada por Ceratti, en la guitarra de Amigo, resonando en la voz de Elvis o saltando en las escalas de Bach; sin olvidar por supuesto a “Los Pollitos”. Sí, “Los Pollitos” con palmas y todo, acompañando ahora la más hermosa de las etapas de mi intimo largometraje.
Un abrazo,
Fernando
“¿La música no es eso?, compartirla con los demás.”
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