¡Ronda, ronda…! Hasta que….

¡Ronda, ronda…! Hasta que….

Las antenas son el equivalente a nuestra nariz y el olfato es su sentido primordial. Esto se hace evidente cuando nuestra curiosidad supera el vértigo de la vida moderna y, con la deliciosa naturalidad de un niño, examinamos sus rutas en la hierba. Marchan con una seguridad pasmosa, sintiendo rápida y repetidamente tanto la senda como a sus congéneres. Se me antoja que la colonia funciona como una base de datos que se alimenta continuamente a través de miles de sensores, un majestuoso sistema de información que mueve gigantescas cantidades de bytes a través de mensajeros químicos llamados feromonas. Así sobreviven, transmitiendo datos sobre la ubicación de fuentes de alimento, de peligros, de enemigos, de la ubicación de la colonia. Son ciento setenta millones de años de evolución en acción, un algoritmo depurado, una operación optimizada, un sistema complejo y eficiente construido a partir de elementos muy básicos. Toda esa información mueve a su vez lo que podríamos caracterizar como “pedacitos de sol”: cortes de hojas y flores donde la fotosíntesis ha almacenado en forma de moléculas complejas la energía de nuestra estrella. Hasta aquí, la colonia y sus marchantes miembros son un triunfo cabal de la naturaleza. Pero todo sistema es corruptible y toda sociedad tiene sus debilidades. La marcha de las hormigas no es la excepción.

Estas calamidades son relativamente comunes con las hormigas corta-hojas. Sus caminos se extienden por cien metros o más, llevando comida e información cual tentáculos hasta la colonia. Pero si por alguna razón el camino se convierte en una trayectoria cerrada – un círculo o similar – sobreviene el desastre. Con su genio habitual, Ed Yong lo caracterizó en un artículo publicado en “The Atlantic” en Septiembre del 2020 en el contexto de la pandemia del COVID 2019 (“America Is Trapped in a Pandemic Spiral“). Citando a Yong: “Si estos senderos accidentalmente se vuelven sobre sí mismos, las hormigas quedan atrapadas. Se convierten en un espeso y arremolinado vórtice de cuerpos que se asemeja a un huracán visto desde el espacio. Marchan sin cesar hasta que caen por el agotamiento o la deshidratación. Las hormigas no pueden percibir ninguna imagen más grande que la que se encuentra inmediatamente delante. No tienen una fuerza coordinadora que los guíe hacia un lugar seguro. Están aprisionados por un muro de sus propios instintos. Este fenómeno se llama espiral de la muerte.” Ciertamente es una imagen nada alentadora.

“Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

George Santayana

Quiero extender la alegoría postulada por Yong entre las espirales de la muerte de las hormigas y el actuar estadounidense durante la pandemia a nuestro actuar general como especie ante toda calse de peligros existenciales y planetarios. Mi punto es que el tribalismo está tan imbuido en nuestra forma de ser que pareciese que la ancestral ciudad estado es el tamaño más adecuado a nuestra humana idiosincracia. La unión que nos ofrecen las ideas (me refiero símbolos patrios, conceptos como nación, estado, país) el nivel de cohesión obtenido a través de ellas es deficiente – y valga la crítica lo espuesto sobre el tema por el brillante Y. N. Harari. Pareciese que entre mayor el tamaño del país y la diversidad de sus gentes, más susceptibles a presentar grietas, a tender a fracturarse en trozos menores. Acontecimientos internos recientes en repúblicas federadas como los Estados Unidos, Argentina y Brasil son prueba de ello. China y su tensión interna es otro ejemplo interesante. El tinglado siempre titubeante de la otrora Unión Soviética es otro caso más. Y cuando queremos llevar la idea a un nivel planetario, aquí se nos cae el castillo de naipes por completo. La otrora Liga de las Naciones y la actual Organización de las Naciones Unidas (ONU) son monumentos a una gobernanza global fallida. Como las hormigas, estamos atrapados en una espiral, en un vértice, en un círculo vicioso impulsado por nuestra historia, nuestras costumbres, nuestros miedos, nuestra codicia y nuestros instintos. Diríase que pesa más el pasado que el futuro. No tenemos una fuerza coordinadora, un cuerpo global de gobernanza, un aglutinante global. Falta visión y voluntad. ¿Guerra de trincheras en Ucrania? ¿Amenaza nuclear? ¿Cambio climático? ¿Contaminación masiva? ¿Inteligencia Artificial fuera de control? ¿Subida de los océanos? ¿Extinciones de especies? ¿Pandemias? ¿Crisis de refugiados? ¿Conflicto en Medio Oriente? ¿Amenazas celestes? Nos valen madre. Como las hormigas, seguimos ciegamente marchando, oliendo las hormonas de la que va adelante, ajenos a la trayectoria sin sentido de la ruta que lleva a ninguna parte. Pareciera que lo que nos importa es simplemente marchar por marchar, consumir por consumir, pelear por pelear.. Es una amarga ironía que tras millones de años de evolución estemos imitando a las pobres hormigas, atrapadas sin salida en su círculo sin fin. Dos espirales paralelas que conducen a un destino similar.

Para no concluir con una nota tan tétrica, quien les suscribe sueña (debería decir aspiro, o quizá deseo, o quiero, ambiciono, imploro, abrazo. pido… deberían de inventar un verbo para algo que se ansía con tan absoluta devoción pero que se piensa con tan completo desconsuelo) con que haya un evento que nos permita romper el círculo y nos una como especie. Algo que rompa el círculo. Algo que nos haga ver más allá de “mi tribu”, “mi congregación”, “mi barrio”, “mi etnia”, algo que me haga entender que rompa el egocéntrico enfoque solamente en los que son como yo y están cerca de mi; en los que son mis pares, cercanos, fáciles de comprender, con las mismas ideas y costumbres. Ese evento transformador podría ser la llegada de la fusión nuclear controlada, o la confirmación de la vida en otros mundos – o su visita a esta tercera roca desde el Sol – o una nueva pandemia que, si o si, nos haga trabajar juntos para evitar nuestra extinción, o tal vez sobrevenga una Inteligencia Artificial General benévola que nos guíe hacia un mañana mejor. En tanto rompa el círculo fatal, que venga lo que sea. Como cantaba cierto flaco, “más raro fue aquel verano / que no paró de nevar…”.

Soñar es gratis. Soñemos pues.

Fernando

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