La Sociedad de El Consolador

La Sociedad de El Consolador

A falta de resultados, consuelos falsos serán…

Introducción

Es posible que comiences a leer este ensayo, estimable lector, pinchado por el morbo de encontrar “vibraciones positivas” en alguna parte… Lo siento, pero no encontrarás espasmos de ese tipo en estas líneas. Lo que sí puedo prometerte es uno que otro clímax mental – más áridos que los anteriores quizá; pero bien administrados serán mucho más fructíferos. En fin, ahora que he capturado tu atención con mi muy amarillento titular, te pido le des una oportunidad al texto. Y dice así…

Metáforas Sociales

Existe una multitud de metáforas para caracterizar nuestra sociedad occidental. Muchas de ellas sirven a su vez de títulos de excelentes libros. Tenemos a la “sociedad del cansancio”, a la “sociedad del espectáculo”, “del consumo”, “de la información”, “de la glotonería”, “de la post-verdad”, “virtualizada”, “líquida”, etc. etc. A pesar de la abundancia de alegorías, me parece que hay una pendiente, un modo adicional de caracterizar nuestro tiempo en pocas palabras. Lo adivinaste: la “Sociedad del Consolador”, sensual y deliciosa parábola que postulo aquí y ahora. La Sociedad del Consolador es aquella sociedad que, a falta de verdaderas soluciones a sus problemas, se entrega enajenada a un ejercicio de puro consuelo sensorial. Y la ágil lengua detrás de ese oscuro placer es El Consolador: usualmente un tipo o tipa “fuera del sistema”, un dizque “héroe” o “heroína” que promete “arreglar esta vaina” en quince días.

Todos los Consoladores son parecidos: hablan fuerte, ostentan pose de macho alfa, prometen castigos ejemplares a los corruptos, se burlan irrespetuosamente de sus contrincantes, alegan endoso divino, atacan a la prensa y a cualquiera que disiente con sus actuar y su decir. Y es que un Consolador nunca se equivoca. Un Consolador es precisamente modelo de consuelo, santo de devoción para las masas, un quitapesares, un transmisor de secretos placeres que hacen olvidar la tristeza del alto costo de la vida, de los puentes que se caen a pedazos, de los problemas financieros del país, de la necesidad de una reestructuración urgente y completa del sistema educativo, de la saturación del sistema de salud, de la alta tasa de desempleo, en fin, de todo lo malo. A falta de uno tangible, un gran Consolador será…

Seductor del Poder

El Consolador hincha los sentidos, su lengua produce encantamientos, su gesto atrapa la mirada. Es un “sex-symbol” de las redes sociales, un Don Juan del micrófono, un Casanova del poder. No importa si cumple lo que dijo, no importa si se desdice mil y una veces, no importa si sus actos van en contra de la ley. Porque la sociedad tiembla de placer, confortada, arrullada, sedada por un discurso a la medida de sus deseos. Siempre tiene una respuesta, nunca se equivoca, siempre sabe hacia donde apuntar el dedo acusador si algo sale mal. Si alguien osa criticarlo pues entonces es un traidor, un desertor; un apóstata que se sale del culto.  

El Consolador no pierde ni siquiera cuando pierde: fue engañado, le robaron la elección, hicieron trampa. El Consolador es un populista empoderado por las nuevas tecnologías para acariciar directamente con su lengua las partes sensibles del pueblo. Un fascista que utiliza el trampolín de la democracia para alcanzar su oscuro deseo de poder le exige. Un temerario empoderado por la ignorancia, la desesperación y la falta de compromiso del pueblo para ejercer sus derechos y responsabilidades. Un mentiroso compulsivo capaz de ir contra hechos probados, contra la razón y la ciencia. Un Consolador es la prueba viviente de que hay quien está dispuesto a quemar la casa con tal de quedarse con la alfombra.

Éxtasis Final

Él es amante perfecto, siempre un paso delante de las aspiraciones del pueblo. En el pico de esta trasgresora relación tenemos al pueblo postrado deleitándose viciosamente, a ojos bien cerrados, con su sensual hechizo. No hay peleas, no hay conflictos, nadie levanta la voz, nadie se queja. Todo está bien porque el Consolador así lo dice y si él lo dice, así tiene que ser: punto. El Consolador me consuela, me excita hasta llevarme al éxtasis. Me atrae, me victimiza y él es entonces mi protector, mi amante. Me explica con toda claridad cuáles son los “malos” (sencillo, “malo” es todo aquel que hable mal de El Consolador, es así de simple). Él me arrulla con conferencias devenidas en cantos de sirena. El Consolador… analgésico, sedante, opiáceo, hipnotizador, el que me da siempre la razón y yo con mucho placer se la regreso de vuelta y con esteroides, junto con mi voto y mi apoyo. Consolador y Pueblo: una orgía de egos, placeres y mutuos elogios.

La pregunta para todos nosotros es: ¿estoy exigiendo resultados y soluciones, o simplemente me estoy casi literalmente masturbando con discursos, “posts”, trolls y conferencias independientemente de la Ley, los hechos y la evidencia? ¿Estoy dispuesto a que me digan la cruda verdad o prefiero que, como decía cierta cancioncilla, me voy por aquello de “miénteme como siempre”? ¿Será que ya soy adicto a algún(a) Consolador? ¿Acaso oigo solo lo que quiero oír?

Cuidado, mis amigos, el enamoramiento puede hacer que perdamos primero la que piensa… y luego todo lo demás.

Fernando

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