Soundtracks de nuestras vidas…
“Sin música la vida sería un error”. Friedrich Nietzsche.
Tenía que escribir estas líneas: la idea me tiene cautivado desde hace unas semanas y no me deja en paz. Me parece simplemente encantadora, con esa sutil delicadeza de las metáforas directas y sencillas. Supongo además que la idea no es nueva, pero al menos puedo decir que es nueva para mí. Tanto es así que no me da la gana el buscarla en Google pues ciertamente aparecerá algo por ahí y acabará mutilando y contaminando mi propia inspiración. Así que comparto aquí la vivencia propia… y nada más. Pero acabo de caer en cuenta de que no les he dicho cual es el punto en cuestión, así que sin más rodeos: ¿alguna vez han comparado sus propias vidas con una película, y llevando la metáfora al siguiente nivel, han pensado como la música que escuchamos es el “soundtrack” de nuestras existencias? Esto es especialmente válido para aquellas composiciones que deliberadamente escogemos y que marcan etapas de nuestros filmes, cintas donde somos a un tiempo guionistas, directores y protagonistas.
Pienso entonces en mi primera niñez, cuando las obras que me acompañaron eran las clásicas rondas y canciones infantiles. Me transporto a mi infancia, cuando mi madre sacudiera mis mañanas de domingo con Raphael y Serrat a todo volumen y mi padre resonara su música clásica (Aranjuez, Mozart, Beethoven). Recuerdo los viejos cassettes de mi viejo- cientos de ellos -. Mi padre pasaba horas arreglándolos, enrollando cintas con bolígrafos, acomodándolos, limpiándolos. Puedo ver mis manos de niño jugando con ellos mientras él me explicaba como es que había música ahí escondida o mejor aún, como se “atrapa” la música literalmente planchándola en el vinilo caliente de un LP. Pienso en mi temprana adolescencia, cuando no tenía idea clara de qué era lo que me gustaba escuchar (en realidad, no tenía una idea clara de nada de nada) y entonces lo que oían otros – primos, tíos, amigos – me envolvía en un torbellino sin que supiera yo qué hacer. Y recuerdo con absoluta claridad el momento en que, a través del lado B de un cassette escuché por primera vez a un grupo de rock argentino llamado Soda Stereo. Era la fiesta de mi hermano y el cassette en cuestión su regalo de cumpleaños. Tendría yo unos 12 años, y fue la primera vez en mi vida en que me identifiqué con un artista. A partir de ese primer romance musical comenzó un viaje que no se ha detenido, porque siguió una juventud con rebeldías empapadas de rock en español, metal pesado y otros ritmos. Luego vino una primera madurez donde volvi a aceptar la música de mis padres y hasta el pop, hasta llegar a una etapa donde el jazz (Miles Davis, Dave Brubeck), el flamenco (Vicente Amigo, Paco), el bossa y algunas obras clásicas (Vivaldi) me hacen volar, sin avergonzarme para nada de poder disfrutar de una salsa de Luis Enrique, de cantar a pecho abierto una vieja tonada (música “plancha”, dicen en mi tierra) y hasta de bailar en una fiesta un “merengazo”. Seguramente su banda sonora personal, amigo/amiga lector, resuena fuerte en su alma con solo poner a girar el disco de los recuerdos. Porque hay canciones para momentos y momentos para canciones: bodas, bailes, fiestas, cafés, estadios… También hay recuerdos de vinos, perros, trenes, flores, parques, libros. Y visiones de conciertos, celajes, bicicletas, paseos, besos y pasiones: instantes. Todos llevamos en el corazón escenas mágicas donde una perfecta música de fondo nos acompañó y envolvió.
Les comparto todo esto porque he llegado a la conclusión de que la variedad musical es simplemente lo lógico y sensato, un reflejo de la variedad de etapas que atravesamos en nuestros viajes. La variedad de gustos musicales a lo largo de la vida es un eco de la evolución de nuestras almas y de la riqueza de escenas del filme. Tanto es así que, a estas alturas y cuando parecía solamente un sueño inalcanzable, me encuentro una vez más cantando rondas infantiles… a buen entendedor, pocas palabras. A fe mía que la vida puede ser hermosa, ya sea cantada por Ceratti, en la guitarra de Amigo, resonando en la voz de Elvis o saltando en las escalas de Bach; sin olvidar por supuesto a “Los Pollitos”. Sí, “Los Pollitos” con palmas y todo, acompañando ahora la más hermosa de las etapas de mi intimo largometraje.
Un abrazo,
Fernando
“¿La música no es eso?, compartirla con los demás.”
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ARTE/ART: Inconsciencia, beso y belleza / Unconsciousness, kiss and beauty – Gustav KLIMT
Creo que tenía unos 8 ó 10 años cuando ví “El Beso” por primera vez. Fue en la pared de la sala de don Rodrigo (q.e.p.d.), hombre de amplia cultura, vecino, fiel amigo de mis padres, papá del mejor amigo de mi hermano y poseedor de una personalidad inconfundible. De hecho era una de muchas obras de distintos tamaños colgando en una pared sensualmente iluminada por una lámpara de mimbre. Y aunque yo era apenas un niño (no quiero decir “solamente”, me parece incorrecto despreciar la niñez como si fuera un estado incompleto del ser), recuerdo que me impactó profundamente.
Al contemplarla, evocó algo especial en mí… quizás la aurora del deseo, quizás el simple ensimismamiento en la belleza de los trazos y la soleada paleta de colores, quizás el poder advertir con los ojos bien abiertos la sutil materia de los sueños… quizás todo eso junto… no lo sé. Lo que sé es que el recuerdo perdura aún en mi mente y que la obra del maestro austríaco del simbolismo Gustav Klimt (1862-1918), autor de “El Beso”, me proporciona un placer inmenso, especialmente cuando el artista se aferra a una paleta dorada. No voy a jugar al crítico de arte, hoy solamente quería compartir con ustedes esa pequeña historia: la de un niño soñoliento levantado tarde un sábado por la noche. Sus padres lo habían llevado arrastrado a la casa del vecino, con quien conversaban efusivamente en la sala aburridas cosas de adultos. Y en medio del tedio y el sueño, levantar la mirada hacia la lámparilla de mimbre y contemplar aquella pared llena de cuadros de todos los tamaños, obras con diferentes enmarcados, autores y tendencias, y descubrir entre los cetrinos rayos de la lámparilla una visión que me abrió al Arte. Un cuadro, una epifanía en dorados, un beso que aún se esconde entre mis amaneceres y un gesto de mujer que aún me enciende.
Gracias por siempre, don Rodrigo: ni en Versalles he visto una sala como la suya; una sala que en un cuadro me hizo soñar con el arte… de besar a una mujer.
Fernando
I think I was 8 or 10 years old when I saw “The Kiss” for the first time. It was the living room of the late Don Rodrigo, a neighbor to us, cult man, father of my brother´s best friend and truly an unique character. As a matter of fact it was just one of many pictures hanging in a wall, all of them sensually illuminated by a curious wicker lamp. And in spite of my age (I don´t want to say “in spite of being just a child”, I don´t think it´s correct to characterize a kid as an incomplete adult), I remember how deeply it resonated with my being.
Mesmerized, it evoked something profound… perhaps the dawn of desire, perhaps the simple hijacking of my senses by the astonishing palette and technique, perhaps being capable of seizing the stuff of dreams with my eyes fully open… maybe all of those… I don´t know. What I do know is that the memory still haunts me and that the paintings of the Austrian master of symbolism Gustav Klimt (1862-1918), author of “The Kiss”, provide me an immense pleasure; especially when the artist sticks to a golden palette. I am not going to play the art critic card, I just wanted to share a little story: the story of a sleepy kid, late awake on a Saturday night. His parents have forced him to the neighbor´s house, with whom they enthusiastically conversed about boring adult stuff. And, in the midst of the boredom and the snooze, to raise the eyes toward a strange wicker lamp and stare at that wall, totally covered with paintings of all sizes, framing types and pícture styles, and then discovering between the soothing rays a vision that opened my heart to Art. A painting, an epiphany in gold, a kiss that still chases me in every dawn and a woman´s gesture that stalks me to this day.
My gratitude until eternity, Don Rodrigo: not even in Versailles I have seen a living room like yours… a room that made me dream with the art… of kissing a woman.
Fernando
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