Monthly Archive March 30, 2022

El caso con el Caso de Negocio / The case with the Business Case

El caso es el olvido / The case is oblivion

ESPAÑOL (English version below)

¿Por qué estábamos haciendo este proyecto? ¿Por qué estamos metidos en este “enredo”? ¿Para qué estábamos construyendo este producto? ¿Cuál era el objetivo último que perseguíamos? ¿Se justifica aún asignar tantos recursos a este asunto? ¿Cambió la regulación, el mercado, el contexto? Parece mentira, pero a todo Gerente de Proyectos, digo mal, a todo “Stakeholder” (Patrocinador, Gerente, Cliente, etc.) le ha ocurrido en más de una ocasión que las respuestas a estas preguntas no son cosa patente y evidente. Así es, las respuestas deberían ser casi una perogrullada. Pero el asunto no termina ahí: en la mayoría de los casos, no son las respuestas las que no están a mano, sino que olvidamos plantearnos continuamente las preguntas como tales. ¡Caramba! Es que estamos tan ocupados que casi siempre perseguimos a marchas forzadas la terminación de los entregables del proyecto sin cuestionar nada sobre el mismo. Veamos esto con un poco más de detalle, a continuación.

A lo que voy es que, en una organización gestionada de manera medianamente ordenada, en algún momento se hizo un análisis que justificaba el “dolor” asociado a la ejecución del proyecto. Eso se llama un “Caso de Negocio”.  Si se hizo de manera apropiada, contendrá mínimamente una explicación del “por qué” del proyecto y el razonamiento que explica el haber escogido esa solución. Bueno,puede tener otros elementos, como las opciones para solucionar el problema ó necesidad, riesgos, costos y duración grosso modo, aprobaciones pero lo esencial es lo anteriormente explicado. Lo que ocurre es que ese problema o necesidad – ese “por qué” – y esa solución propuesta – ese proyecto – no son inmutables: nada lo es. Las circunstancias cambian. Cambia la legislación, cambia la tecnología, cambia el negocio, cambian los competidores, cambia el mercado, cambia el contexto mundial (¿alguien dijo últimamente pandemia, crisis de contenedores, crisis del mercado laboral, cambios demográficos, guerras?). El Caso de Negocio en su versión oficial 1.0 es una instantánea, una foto que respondía a un momento determinado. Sin embargo, por aprobado, se convierte en una especie de “undécimo mandamiento”, incontrovertible e incuestionable. Peor aún, normalmente se coloca “en el fondo de un cajón” – léase de un fichero digital – donde nadie lo vuelve a ver.

Atribuyo el citado comportamiento a nuestra carencia crónica de pensamiento crítico aunado a la sobrecarga laboral de la vida moderna. Actuamos entonces como autómatas, robots persiguiendo “deadlines”, hitos, entregables y semejantes. Se nos olvida pensar, cuestionar, debatir. Dicho lo anterior, la solución a este tan humano comportamiento fue identificada ya hace un buen tiempo. Me refiero a lo que plantea la metodología PRINCE2, la cual incluye en su modelo Puntos de Verificación oficiales para ventilar el Caso de Negocio – vamos, para ver si el proyecto aún “vale la pena” – al final de las diferentes etapas, incluyendo al finalizar el Proceso de Inicio de Proyecto, la Fase de Iniciación, durante las diferentes Etapas de Ejecución del Proyecto, a través del Control del mismo e inclusive al Cierre y en la Revisión de los Beneficios.

Más allá de perdernos en los detalles, lo que deseo destacar es el concepto como tal: el Caso de Negocio no debería ser nunca “letra muerta”. Supongo que podríamos hacer la concesión y en algunos tipos de proyectos de carácter iterativo o particularmente sencillos; pues limitar la revisión del mismo. Sin embargo, si el esfuerzo demanda diseño, transiciones, transformaciones, introducciones de nuevos productos & servicios o iniciativas de gran escala; pues me parece fundamental contar con validaciones periódicas del Caso de Negocio, siquiera para asegurarnos que “la brújula sigue orientada hacia la estrella polar”, si se me permite la marinera analogía.

Y usted, estimado lector, ¿tiene acaso algún caso con el Caso? Me atrevería a apostar que así es…

Saludos,

Fernando


ENGLISH (Versión en español arriba)

Why were we doing this project? Why are we in this “mess”? Why were we building this product for? What was the ultimate goal pursued here? Is it still logical to allocate so many resources to this “thing”? Did the regulation, the market, the context change? It is utterly amazing, but every Project Manager, I stand corrected, every stakeholder (Sponsor, Manager, Client, etc.) has fallen in the trap of not having the answers to these questions just at hand. That’s right, those answers should be almost a truism. But the issue does not end there: in most cases, it is not the answers that are not handy, but rather we continually forget to ask ourselves the questions as such. Alas! It’s just that we are so busy that we are almost always chasing the completion of the project deliverables without questioning anything about it. Let’s look at this in a bit more detail, below.

My point is that, in an organization managed in a fairly orderly manner, at some point an analysis was made that justified the “pain” associated with the execution of the project. That is called a “Business Case”. If properly done, it will contain at least an explanation of the “why” of the project and the reasoning behind choosing the selected solution. Well, it may have other elements, such as the options to solve the problem or need, risks, costs and duration roughly, approvals, but lets not get into the weeds. The trick is that this problem or need – the “why” – and this proposed solution – the “project” – are not immutable: nothing is. Circumstances change. Legislation changes, technology changes, business changes, competitors change, the market changes, the global context changes (someone said pandemic, container crisis, labor market crisis, demographic changes, wars?). The Business Case in its official version 1.0 is a snapshot, a photo that responded to a specific moment. However, once approved, it becomes a kind of “eleventh commandment”, incontrovertible and unquestionable. Worse still, it is usually placed “at the bottom of a drawer” – a digital folder – where no one sees it again. Oblivion.

I attribute the aforementioned behavior to our chronic lack of critical thinking coupled with the work overload of modern life. We then act like mechanisms, robots chasing deadlines, milestones, deliverables and the like. We forget to think, question, debate. That said, the solution to this very human behavior was identified a long time ago. I am referring to what the PRINCE2 methodology proposes, which includes official Verification Points in its model to air the Business Case – come on, to see if the project is still “worth it” – at the end of its different stages, including the finalize the Project Initiation Process, the Initiation Phase, during the different Project Execution Stages, through its Control and even at the Closure and in the Review of the Benefits events.

But lets not get lost in the details: what I want to highlight is the concept as such: the Business Case should never be “dead letter”. I suppose we could make the concession and in some types of projects that are iterative or particularly simple; then limit the review of it. However, if the effort demands architectural designs, transitions, transformations, introductions of new products & services or large scale endeavors, it seems essential to me to have periodic validations of the Business Case. This event for the sake of ensuring that “the compass is still oriented towards the North Star” , if I may use a nautical analogy.

And you, dear reader, do you have any case with the Case? I bet you do…

Cheers!

Fernando

Photo by Kevin Noble on Unsplash

OPINION: ¡A la gran Putin!

Por una cabeza… C. Gardel.

“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto. (…)” Así inicia “Historia de dos Ciudades” de Charles Dickens, publicada en tirajes semanales a partir del ya lejano mes de septiembre de 1859 (hace más de ciento sesenta años). Esas pocas líneas resumen el sentir de la época post-napoleónica, donde el desarrollo asociado a la Primera Revolución Industrial se entremezclaba con los dolores propios de un desquiciado crecimiento. Hubo epidemias, desigualdad, pobreza, polución. Pasmosamente, también es una excelente descripción de este mes de Marzo del 2022. Ahora bien, no suscribo aquello de una teoría circular de la historia humana. Creo que se asemeja más bien una espiral ascendente o quizá a un doloroso ascenso con reiteradas caídas y retrocesos. Sin embargo, debo aceptar que la invasión a Ucrania por parte de la Rusia de Putin ha sido un verdadero golpe a la esperanza, un retroceso al orden mundial que costará décadas a la Humanidad.

Por supuesto, el sufrimiento humano asociada a la guerra es el telón de fondo. Esto es una guerra (dejemos los maquillajes de vocablos para el Kremlin). La guerra es “monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente” (L. Gieco). Toda guerra es sangre y muerte, pero esta conflagración tiene connotaciones particulares. Y no me refiero al espectro nuclear (“MAD” – Mutual Assured Destruction, Destrucción Mutua Asegurada), pues es una remota posibilidad. Me refiero más bien a las implicaciones presentes y futuras de hechos ya consumados. En primer lugar, el desplome de un respeto al orden internacional construido lenta y dolorosamente a partir de la Guerra de los 30 Años (siglo XVII) hasta su culminación con la victoria aliada durante la Segunda Guerra Mundial y la arquitectura de las Naciones Unidas y otras instituciones por F. D. Roosevelt y otros dirigentes. Ese orden no es perfecto y ha catapultado a los Estados Unidos como “imperio dominante” a través de “injustas” ventajas estratégicas (e.g, el dólar como moneda internacional de reserva, entre tantas otras). Pero entendamos que la historia la escriben los vencedores y ese orden, por defectuoso que fuere, fue un sistema que contuvo las macro-conflagraciones a nivel global por más de 70 años y evitó que los países se fagocitaran unos a otros. No era poca cosa. Esto parece haber llegado a su fin. De manera tal que hoy por hoy estamos viendo un nuevo capítulo de la historia, en donde dos “bloques” más o menos macizos se enfrentan entre sí. ¿Qué es lo que van a hacer esta noche? Lo mismo que hacen todas las noches, Pinky, ¡Tratar de conquistar al mundo!”. A mí en lo personal ese propósito me parece igualmente ridículo en boca de Cerebro o en la de los líderes mundiales: no podemos mandarnos ni a nosotros mismos y aspiramos a ser jueces, jurado y verdugo del mundo. En fin. Lo cierto es que los equivalentes al ambicioso ratón son Rusia & China por un lado y Occidente por otro (Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido, Japón, Australia y otros). ¿Cómo terminará este “juego”? Mi opinión personal es que será inevitable que a largo plazo termine dominando China. Tiene las fichas ganadoras: una gigantesca población, una nueva “Ruta de la Seda”, la gobernabilidad que confiere un sistema mono-partido. Ante todo, cuenta con la ventaja derivada de la decadencia educativa y social de Occidente. Creo además que esto no se consumará sino hasta unos 25 ó 30 años en el futuro, y aún cuando se confirme esta predicción, la victoria no será completa. Occidente permanecerá ahí como un relevante poder secundario.

Sin embargo, mi frustración personal no brota de lo anterior. A ver, “guerra” rima con “Tierra” desde los albores de la Humanidad: por más doloroso que sea lo que vemos en las noticias, no es algo novedoso. Los imperios nacen y caen, es así y no hay mucha vuelta de hoja. Lo que me perturba es que – a mi parecer – por primera vez en la Historia se nos están juntando los peores males de dos siglos en un único momento histórico. El señor Putin nos ha traído un refrito del pulso Soviético – Occidental del siglo XX aunque todos sabemos que segundas partes nunca son buenas… especialmente cuando se trata de recalentar una Guerra Fría (pun intended). Y esto nos está costando el distraernos de los acuciantes problemas del siglo XXI. Se ha perdido el foco mediático, que ya no se centra en los problemas globales que requieren soluciones globales. Me refiero a pandemias, algoritmos perversos, polución masiva y sobre todo el mal llamado calentamiento global (pusilánime eufemismo para referirse a la destrucción masiva del medio ambiente, como bien lo ha señaladp el genial Noam Chomsky). La historia recuerda a un villano con el seudónimo de “El Empalador”. Bien pudiera ser que este otro Vlad termine siendo para la posteridad “El Rostizador”.

De manera tal que hoy más que nunca el pasado sabotea al futuro. Los recursos financieros, logísticos, tecnológicos y sociales que deberíamos enfocar en garantizar la sana habitabilidad del planeta para las futuras generaciones (y digo generaciones tanto humanas como animales y vegetales, pues estamos todos “atrapados” e interrelacionados en esta misma “canica azul”) los estamos dilapidando literalmente en pólvora. Soluciones hay, pero hay que ponerse a trabajar. Hoy me siento pesimista. A veces pienso que la espiral es más bien descendente. Quizás me equivoque y estos eventos devengan en menor dependencia de los combustibles fósiles y una victoria de los regímenes democráticos. Pero hoy por hoy – Marzo del 2022 – pareciera que el “caballo negro” se le adelanta por una cabeza al “caballo blanco”, parafraseando la bella metáfora acuñada por el sabio Jared Diamond.

Diantres, por una cabeza; cantaba Gardel.

Un abrazo,

Fernando

Photo by Axel Holen on Unsplash

Foto: Luz en equilibrio / Photo: Light searching balance

Me gusta la forma como la luz solar iluminaba directamente solo a la roca superior. Versión con filtro digital más abajo. / I like the way that sunlight reached only the top stone. Digitally enhanced version below.

Opinion: SECUESTRO de la MORAL

Me lo he preguntado en múltiples ocasiones y no tengo una explicación convincente. Bueno, pero primero lo primero pues no le he dicho de lo que estoy hablando. Resulta que tengo la costumbre (buena o mala, tampoco lo sé) de asomarme de vez en cuando a los comentarios de los lectores en diferentes diarios digitales, locales e internacionales. Y lo que se lee ahí es, por decir lo menos, simplemente espeluznante. Lo mismo aplica a las redes sociales, por supuesto, pero tengo ya años de haber limitado seriamente su uso.


Bueno, a lo que vinimos. Lo que veo en esos comentarios es el ataque directo al prójimo – un ataque
inmisericorde, sin ninguna contemplación. Hay insultos, menosprecio, argumentos falaces, sandeces y odio visceral. A mi me parece que buena parte de este comportamiento nace de un postulado cardinal que funciona de manera inconsciente en nuestras mentes. Ese postulado es, más o menos, el siguiente: “Ser bueno(a) equivale a ser X. Yo soy X, por lo tanto soy bueno(a). Él/ella no es X. Por lo tanto él/ella es mala. Los malos(as) deben ser castigados. Por tanto, yo como bueno(a) que soy debo corregirlo (s)(a)(as)”. Examinemos racionalmente esta “matemática del odio” para ver qué tanto se sostiene esta “lógica”. Sugiero que hagamos la disección invirtiendo el orden de las proposiciones, para dejar el punto central de este escrito como cierre.


Dice la “matemática del odio” que “como yo soy bueno debo corregirlo a Usted”. En primer lugar, ¿quién dice que “yo” debo andar enmendando entuertos? ¿quién lo nombró a Usted (o a mí) Superhéroe, pontífice, Mesías o Redentor? No soy persona religiosa, pero ciertamente apoyo aquello de que “aquel que esté libre de pecado tire la primera piedra”. Porque juzgar es tan fácil. Estamos tan prestos a subirnos en el podio de nuestra absurda superioridad moral, espiritual, religiosa, política, ideológica, plutocrática, clasista, racista, xenofóbica y desde ese trono divino lanzar rayos cual Zeus rabioso. Lamentable.


La “ecuación del rencor” también postula que “los malos deben ser castigados”. Bueno, si se trata de un criminal justamente sentenciado, ya lo creo que sí. Pero… ¿qué estamos entendiendo como “malo” en este contexto? ¿Es malo o mala alguien solo porque no opina como yo? ¿Tengo que arrancarle la cabeza a un fulano que no conozco solo porque apoya a otro equipo de futbol? ¿Tengo que despellejar vivo a alguien en redes sociales solo porque apoya a otro candidato político? ¿Tengo que irrespetar su familia solo porque no compartimos el mismo credo? Además, aún en el caso de una actuación “mala” por parte de mi ofensor, ¿de verdad será el “castigo” la primera herramienta a la cual echar mano? Ojo por ojo y terminaremos todos ciegos, decían por ahí. Calma. Esa impulsividad animal, instintiva, irreflexiva nos está destrozando: de Homo Sapiens a Homo Fatuus. Somos la generación del Hombre Estúpido. Es difícil, lo sabemos, el empatizar y comprender. Pero cada quien carga en el alma con historias, herencias, traumas, contexto, familia, sufrimientos. Hay una persona detrás de ese “comentario”.


Finalmente, el “álgebra del aborrecimiento” enuncia que “Ser bueno equivale a ser X. Yo soy X, por lo tanto soy bueno. Él/ella no es X. Por lo tanto él/ella es mala.” Estamos llegando a la mera médula de este asunto. Pongamos esto a prueba. Sustituyamos X por cualquier etiqueta, cualquier denominador ideológico o semejante que a Usted se le ocurra. Entonces, sea X = “católico”, “evangélico”, “liberacionista”, “progresista”, “conservador”, “religioso”, “ateo”, “rico”, “pobre”, “blanco”, “negro”, “flaco”, “gordo”, “costarricense”, “demócrata”, “republicano”, “latino”, “anglosajón”, “europeo”, “africano”, “chino”, “ruso”, “saprissista”, “herediano”, “liguista”, “culé”, “colchonero”, etc. etc. Es decir, la ética, los valores, lo “bueno” le pertenece a cualquiera de estas etiquetas… y por ende los que así no se identifiquen son “malos”. Somos como terroristas secuestrando el avión de la moral, de la decencia, de lo correcto. Lo reclamamos como propio y le ponemos el logotipo de nuestra fuerza áerea. Luego llenamos la aeronave de proyectiles y muy orgullosos cañoneamos a todos los que no izan nuestra bandera. Porque, al fin y al cabo, yo soy el bueno, ¿no? Nadie quiere ser el malo. O al menos, no queremos aceptar fácilmente nuestra mala conducta.


¿Ve usted el sinsentido? ¿Bajo esta lógica, no podría la otra persona inferir que el que está mal soy yo y por ello darme a mí un garrotazo por la cabeza? Esta es la fuente última del odio que nos carcome las entrañas: nuestra incapacidad de respetar la idiosincrasia, la diferencia, la individualidad de nuestros semejantes sin juzgarlos a priori por ello. Son diferentes y punto. Ni buenos ni malos por ello. Ahora sí: visto así, bajo lente lógico-reflexivo, se hace evidente que atacar a alguien solo porque no piensa o cree lo mismo que yo es estúpido. Es absurdo. Es egoísta y canallesco. Es la antesala y el combustible de la guerra y la beligerancia. Y sin embargo, es el día a día de nuestro tiempo. ¿Adónde quedó el respeto?


Caramba. ¿Qué hacer con este punzante asunto? No lo sé. No estoy seguro. Al momento de escribir estas letras, me inclino por algún esquema de censura, en donde la inteligencia artificial le impida a las personas menores de cierta edad el observar cierto tipo de comentarios y/o contenido, y censuren del todo los comentarios de odio y ataque directo a minorías y otros grupos. Pero la censura última es la de nuestras propias bocas (y teclados). Y esa solo será efectiva si nos calmamos, si leemos, si aprendemos y ante todo si aprendemos a priorizar los hechos & tolerancia que tanto nos recomendó Russell.


Últimamente, cada vez que veo esas escaramuzas y groserías en internet resuena en mí aquello de que
“si no tienes nada bueno que decir, no digas nada. Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus
palabras”. Mutis proactiva, volitiva y preventiva. Chitón pues.


Un muy sentido abrazo,

Fernando