Valiosos, Variados y Vitales: VECINOS, Oda a lo cercano.
Partiendo de que “los amigos son la familia que escogemos”, pues entonces los vecinos tienen clara ventaja para integrarse a nuestras íntimas “comunidades del anillo”. ¿Por qué es esto así? La respuesta es obvia: su máxima cercanía para con nosotros maximiza la oportunidad de interactuar. O para decirlo más sencilla & redundantemente: por su vecindad. Porque, y siguiendo con los refranes, “mejor pájaro en mano que cien volando”. Mejor aún, sazonemos el refrán con el sabor de los tiempos que corren: “mejor humano en mano que cien teleconferenciando”. Lean ustedes como se ha dado esto en mi micro-mundo a continuación.
Bueno, supongo que no le cuento nada nuevo si afirmo que la cuarentena asociada a la crisis global del COVID-19 cambió la dinámica en todas partes. El barrio donde habito no es la excepción. Se hizo evidente el valor inherente del vecino, quien en otras circunstancias nos era solo un desconocido al cual si acaso le dedicábamos un forzado y displicente “buenos días”. Este columnista se ha acercado a sus vecinos y ellos a nosotros. Nos hemos unido, asociado, en última instancia, nos hemos hecho más “humanos”, desapareciendo ese extraño velo del “anónimo” tejido con frios y protocolarios “buenos días y punto final”. En un marcadísimo contraste, las barreras físicas (distancia social, mascarillas, etc.) se han reforzado; pero las barreras mentales han caído.
Todo empezó transcurridos uno o dos meses de la cuarentena. En medio de la época más caliente del año, nos “asábamos” en casa, encerrados día y noche, sitiados por el virus. Una mañana, mientras “matábamos” el tiempo en el jardín, escuché una voz al otro lado de la cerca. Era mi vecino, quien me ofrecía espontáneamente una cerveza fría. Sí, así no más, solo porque sí. O mejor dicho, ¿por qué no? Fue un instante esclarecedor, una epifanía, un “eureka” con sabor a (sabrosa y helada) malta. “Caramba, esta gente está pasando por lo mismo que nosotros y están aquí, pero aquí no más a nuestro lado. Cuánto tenemos en común, cuánto podemos apoyarnos.” Cura de soledades y ermitaños forzados, la relación humana se ha estrechado a dos metros de distancia. Ese fue el detonante de muchos otros “eurekas” con otras familias del barrio, las cuales ahora nos servimos de red de apoyo, recordándonos con solo un saludo (ahora sí, sentido, real, a los ojos) que “somos de los mismos”, que estamos en la misma refriega y que combatimos a un enemigo invisible motivados por los mismos motivos vitales: hijos, sueños, anhelos y esperanzas. Se ha hecho evidente el valor de conocer al vecino y de poder confiar en esas familias a unos pasos a distancia. Son soporte inmediato y cercano en caso de emergencias, urgencias y necesidades. Y en los tiempos que corren, representan buena parte de lo que nos queda de “normalidad”, de humanidad, de genuina interacción.
Lamentablemente, debo reconocer que siempre hay sus excepciones y todos hemos tenido o tenemos un vecino incómodo. Pero bueno, la convivencia exige amoldarse y alzar la bandera de la tolerancia: “el respeto al derecho ajeno es la paz”, nos enseñó un prócer mexicano ya hace un “tiempito”. En fin, suficiente de refranes, reflexiones e intrincadas disquiciones, que me está esperando mi buen amigo, mi vecino.
¡Salud!
Fernando
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