Más Spock y menos reptil
“El mundo necesita mentes y corazones abiertos, y estos no pueden derivarse de rígidos sistemas ya sean viejos o nuevos” – Bertrand Russell
Siempre me ha maravillado el grado de sabiduría que alcanzaron las pasadas civilizaciones, particularmente los antiguos griegos. A lo que voy es que sin mayor tecnología, conectividad o instrumental científico lograron discernir la existencia del átomo (Demócrito), la circunferencia de nuestro planeta (Eratóstenes) e “inventaron” (hago uso laxo de la palabra) la democracia, el teatro, la geometría, la filosofía y la medicina occidental, así como la arquitectura y escultura clásica, por mencionar algunos ejemplos. ¿Cómo pudieron lograr tanto? Postulo una hipótesis plausible: creo que lograron todo eso porque tenían algo que hoy nos hace mucha falta, me refiero a una poderosa capacidad de raciocinio. Sin embargo, no me refiero a una capacidad innata: los antiguos griegos no eran una raza superior. Lo que tenían era un método al cual se apegaban: el pensamiento lógico y argumentativo, basado en la evidencia y la búsqueda conjunta de la verdad. Quizás la ausencia de smartphones les permitía concentrarse, conversar y hasta aburrirse y así ponerse creativos… no podemos invitarle un café a Platón (¿adónde he oído algo parecido?) así que esta explicación seguirá siendo una hipótesis.
En fin, traigo el tema a colación no solo por curiosidad histórica sino por un asunto totalmente actual. Resulta que en esta época en donde los mercados laborales son estrujados por la tecnología (robótica, inteligencia artificial, etc.), la vida en sociedad demanda cada vez en mayor medida las así llamadas “habilidades blandas”. Destacan en este apartado la capacidad de resolución de problemas, la adaptabilidad, la comunicación, la capacidad de trabajar en equipo, el manejo del tiempo y aún otras. A mi parecer, el ingrediente secreto detrás de todas estas habilidades es precisamente la capacidad de razonar: el así denominado “pensamiento crítico”. Irónicamente es ahí donde estamos fallando como sociedad. Una serie de externalidades negativas asociadas al inmenso progreso tecnológico, socioeconómico y hasta político de los últimos 100 años están minando la habilidad para razonar del individuo promedio. Algunos de estas externalidades son:
- La ya mencionada invasión de los artilugios electrónicos en la vida diaria. Estos “chunches” se infiltran en nuestras vidas y nos roban la capacidad de tener una conversación durante la cena, de caminar sin ver “Whatsapp”, de contemplar un paisaje sin tomar un “selfie” e inclusive de ponernos metafísicos a la hora de ir al baño.
- Las “burbujas de información”: los algoritmos detrás de las redes sociales (Facebook y otras) no le muestran a usted únicamente lo que usted quiere ver, reforzando un punto de vista único del mundo. Estas empresas viven de mantener su atención secuestrada al presentarle su perspectiva personal del mundo: aquella que usted adora (véase a Eli Parser y otros).
- “Fake news”: los políticos, corporaciones y otras entidades oscurecen aún más el panorama al comunicar y viralizar noticias falsas o tendenciosas. Si es cierto o no para ellos es totalmente secundario: lo que importa es si favorece o no a sus intereses.
- El fanatismo en todas sus versiones. Tenemos una pasmosa tendencia a dejarnos seducir por ideologías de todo tipo (como menciona F. Watkins, sean estas políticas, religiosas, económicas o cualesquiera otras) y estas funcionan como un anteojo de colores que deforma la realidad. Un problema conexo es el fenómeno psicológico identificado por Daniel Kahan llamado “Cognición Cultural”. En pocas palabras, se refiere a la distorsión mental de los hechos para ajustarlos al “guion oficial” de nuestro grupo social o ideología de referencia: con tal de encajar, nos contamos y creemos un cuento, y los hechos se acomodan a conveniencia (hablaremos más en detalle de este perturbador fenómeno en un próximo artículo).
Cuando estos y otros elementos se mezclan con el “lado oscuro” del ser humano – nuestra capacidad de hacer crítica destructiva, los celos, el ego, las ansias de poder y la ignorancia – tenemos una tormenta perfecta en la cual el individuo no razona y opina impetuosamente cualquier cosa sobre cualquier tema: lo que importa es opinar. Abrimos la boca (mejor dicho, escribimos en la red social, en los comentarios del foro o en el correo electrónico o el “SharePoint”) y decimos atrocidades, casi siempre lo primero que se nos viene a la mente. Estamos perdiendo la capacidad de razonar y de hacernos preguntas fundamentales tales como: ¿Tengo evidencia comprobable sobre lo que estoy diciendo? ¿Estoy atacando a mi interlocutor o estoy discutiendo el tema en cuestión? (falacia Ad Hominem) ¿Estoy tratando el tema en cuestión o simplemente lanzo un “señuelo” para distraer? (falacia “red herring”) ¿Lo que voy a decir viene del órgano que fabrica ideas o del que secreta bilis? (emotividad) ¿Será más valioso mi silencio que mi comentario? No se me malinterprete: no estoy atacando la libertad de expresión, estoy apelando a elevar la calidad del diálogo.
Dicho lo anterior, ¿qué podemos hacer para mejorar nuestras opiniones en redes sociales en particular y nuestro grado de pensamiento crítico en general? Recomiendo que inviertan unos 15 minutos y miren la charla TED de Michael Patrick Lynch. Ahí nos ofrece tres pistas: la primera, creer en la verdad. Vivimos en un mundo inteligible y trabajando en equipo, podemos alcanzar esa verdad. La segunda es aceptar que hay que esforzarse para saber la verdad: lo primero que aparece en su muro de Facebook no es necesariamente cierto. Tampoco lo que dice tal o cual medio noticioso, camarilla, político o inclusive que le reporta su colega o colaborador en la oficina. Debemos vencer la pereza: el saber requiere de investigación. Finalmente, Lynch nos dice que debemos ser más humildes, humildes para aceptar que no lo sabemos todo y que nuestro conocimiento puede mejorar si escuchamos a otros: “no somos la medida de todas las cosas”, expone magistralmente en su charla.
De mi parte, agregaría nada más que antes de saltar impulsivamente sobre el teclado, tomemos una respiración profunda y pensemos. No tenemos por qué vivir esclavizados por nuestra amígdala y nuestro cerebro límbico-reptiliano (Goleman, Daniel: “La Inteligencia Emocional”), reaccionando siempre, huyendo o peleando… Existen ciertamente ocasiones para los arrebatos de pasiones y la emotividad plena, pero por lo general el medio escrito no apunta a ser el foro adecuado para arrebatos irreflexivos. Démosle un chance al aquel orejudo y 100% lógico personaje de “Star Trek”, al “Señor Spock” que vive dentro de todos nosotros. Pensemos y junto al prójimo, con paciencia, argumentos y evidencia, busquemos la Verdad. Bajo esas condiciones, estoy seguro de que gustosamente aceptaría Platón la invitación al café. Es más, quizás hasta publicaría algo en Twitter. ¿Qué piensan ustedes?
“La mente es como un paracaídas. No funciona si no está abierta.” – Frank Zappa
Nota/Photo Credit: Photo by Daniil Kuželev on Unsplash