FOTO/PHOTO: El viejo portón / The old gate

FOTO/PHOTO: El viejo portón / The old gate

Supongo que nos sucede a todos: situaciones, momentos, imágenes que simplemente se nos abalanzan, nos embisten como un tren que  enceguece y congela en un trance casi místico. Provocaciones, anzuelos, señales. Son esos escenarios que nos traen al verdadero presente – algo que tanto necesitamos en este mundo que come tantas ansiedades – para luego ponernos a soñar. Nos atrapan, nos traen al ahora y nos recuerdan aquello de “Primum vivere, deinde philosophari” (primero vivir, después filosofar). Instantes eternos. Me sucedió hace unos días al contemplar… un viejo y ruinoso portón: el que Usted mira en la foto. Debo admitir que la imagen no es buena. No le hace ni cercanamente justicia a ese mágico rincón. La parte técnica de la fotografía no es lo mío (quizás algún amable lector quiera darme unos consejos). Pero sí tengo la capacidad de presentir la presencia de una imágen digna de ser robada del inexorable paso del tiempo: esa importancia que resalta en lo ordinario y lo ordinario que se esconde en lo importante.

Hoy solamente quería invitarlo a mirar esta imagen. A mi me provoca nostalgia.  Tal vez algo más que eso… me causa “saudade”, como dirían mis amigos de Brasil. Porque… presiento tantas historias escritas en torno a este viejo portón. Tantos encuentros. Tantas despedidas. Tantas esperanzas. Tantas tristezas. Casi puedo ver a una niña trepado en el portón. Es pequeña para su edad. Tiene ojos azules y se esfuerza para tratar de ver a su madre que la saluda desde lejos en el camino… ella se estira desde el porton, sonríe y dice “adiós” con la mano. Su madre camina hacia la jornada con el paso renovado de quien tiene una causa para luchar. Veo a una pareja coqueteando al atardecer, recostados sobre la viejas columna. Ella esboza un gesto entre tímida y cómplice. Él simplemente la mira embobado. Atisbo luego a un hombre sudoroso, sucio tras el duro trabajo, cerrándolo al final de la jornada. Tiene el gesto de una urgente esperanza escondido entre los arrugas que surcan su curtido rostro cual espejo del campo arado. Su familia necesita una buena cosecha: son muchas bocas que alimentar.

La imagen es a la vez una puerta a muchos pasados, a un gastado presente y a un incierto futuro. Hay una extraordinaria belleza en ella. La una vez rojiza pintura se cae de las desgastadas columnas; el  metal se vence ante el tiempo, llorando lágrimas de herrumbre. El incierto camino esconde un destino más allá de lo que aquí sembramos y de lo pretendemos cosechar. O quizás, como diría R. Frost, sea un camino no elegido, quizás…

Y a Usted, ¿qué le evoca el viejo portón? Démonos el necesario, merecido y fundamental gusto de dejarnos asombrar. Soñemos. Vivamos el momento: que no se nos escapen los instantes. De ellos se compone la vida: la mía, la suya, y ante todo, la que construimos juntos.

Un abrazo,

Fernando

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